Hacemos mucho caso a los directores y demasiado poco a los guionistas. En parte porque la impronta de estos queda muchas veces sepultada bajo la personalidad de los diferentes directores con los que trabajan. Muchas veces escriben por encargo, en equipo o de alguna manera en la que su aportación es difícilmente medible. Hay algunos casos, pocos, en los que la personalidad del guionista consigue aflorar, incluso imponerse, como puede ser el caso del genial Charlie Kaufman. Alex Garland es un excelente guionista que ya ha dejado, en lo que llevamos de siglo, un par de obras que se han convertido en referentes en su género, terror y ciencia ficción. Ahora, da el salto a la dirección con su último guión, Ex Machina, que pronto se estrenará en nuestras pantallas. ¿Será una nueva obra clave, esta vez acerca de la inteligencia artificial?
Empezó como escritor. Su primer trabajo fue llevado al cine por Danny Boyle, La playa. En este caso, él no ejerció como guionista, por lo que no podemos deducir con seguridad cuánto de su trabajo hay representado en la película -no he leído el libro. En esta historia, Garland aprovecha su experiencia como mochilero. Esta noción de aventura estará muy presente en su obra. Pero lo más interesante es que La playa ya ofrece una de las claves más importantes de sus intereses: crear una historia ante todo entretenida, con ritmo y acción de algún tipo; al mismo tiempo que reflexiona sobre la condición humana y, especialmente, sobre el lado más oscuro de la interacción social. En la película vemos una falsa utopía micropoblacional con los problemas derivados de la convivencia, muy en la línea de la seminal El señor de las moscas. Debo decir que, en mi opinión, esta es una película infravalorada en exceso, seguramente por estar protagonizada por quién entonces era considerado como una estrella para quinceañeras, Leonardo DiCaprio (el tiempo no ha podido ser más tajante en dar la razón a los defensores del actor). Creo que, aunque irregular, es una película muy reivindicable y, en todo caso, revela un interesante contador de historias en el fondo.
Y quizá eso es lo que pensó Boyle, que detrás de esa novela había alguien con talento. Aunque el trabajo del director es esencial, no hay más que ver la pésima adaptación de la segunda novela de Garland, The Tesseract. Como decía, Boyle debió quedar complacido pues volvió a trabajar con él, esta vez ya como guionista, en 28 días después. Esta película significó varias cosas, y todas ellas importantes. La primera, fue la recuperación del director, que después de su bombazo, Trainspotting, no daba una -aunque ya digo que yo defiendo La playa, no es la tónica general, o no lo fue, al menos en aquel momento- y estaba haciendo un par de telefilms. 28 días después fue una película de presupuesto ínfimo, que sin embargo, pegó muy fuerte (ya se está trabajando en la tercera parte). Supuso un salto sin red increíble al cine digital, comparable solo a los experimentos de Lars von Trier, que abrió la puerta a otros, consiguiendo que el espectador aceptara este formato de forma radical. Aunque esto último es mérito únicamente de Boyle, claro, no de Garland.
28 días después fue una renovación absoluta del cine de zombies (infectados, para ser precisos), refrescando por completo las claves del género. Cualquier película posterior ha tenido que compararse con ella -no hablemos ya de la acartonada The Walking Dead. Los zombies empezaron a correr como locos, en lugar de pasear. Pero más allá de la redefinición de los monstruos, Garland creó un estupendo contexto apocalíptico, demostrándose, por un lado, conocedor de las obras de ciencia ficción de este tipo; y por otro lado, jugando con una inteligencia que ha definido sus obras. Sí, el cine de Garland es, sobre todo, inteligente. Cuida el detalle y se anticipa a los contextos de ciencia ficción que crea, rectificando, en muchas ocasiones, los errores habituales. Un pequeño ejemplo sin importancia: los supervivientes que han intentado atrapar el agua de la humedad “como lo han visto en la tele” y que, finalmente, no lo han conseguido, porque así de complicadas son las cosas en la vida real. Garland se mueve con absoluta coherencia sobre su premisa, y no es condescendiente ni con los personajes, ni con el espectador. Sin embargo, consigue situaciones frenéticas, suspense. Juego, en definitiva. Un juego que no rompe esa coherencia, y que no evita que nos sumerjamos en un universo creíble y bien construido.
28 días después es un referente del terror, ese género que tantas veces termina cayendo en la pura comedia. El suspense aquí es escalofriante, con muy pocos elementos. Pero como decía del caso de La playa, más allá de los valores de género, la película deriva hacia una reflexión sobre el hombre como lobo para el hombre. Sobre la violencia, la rabia, el odio y en concreto, sobre la ambigüedad de la defensa y la imposición militar. De nuevo, con una versión reducida de la población, los supervivientes, crea un microcosmos social, con los correspondientes roces. Sin duda, una de las grandes películas de los últimos años, y de las más influyentes, en la que la innovación formal de Boyle tiene mucho que decir, pero también el guión de Garland. En mi opinión, la mejor película del director.
Por supuesto, tenían que repetir. No con la secuela, 24 semanas después, en la que ya ninguno de los dos está involucrado y que no contiene ninguno de los valores interesantes de la primera. No, esta vez, esta pareja se fue al espacio, camino del sol, con Sunshine. Formalmente, Boyle se va al extremo contrario, el del preciosismo, pero este no es el tema ahora. Garland sí que se mantiene en sus cordenadas. Parte de una premisa inexplicada, casi imposible, para construir un planteamiento especialmente cuidadoso en cuanto a los detalles técnicos, aunque sin caer en el exhibicionismo científico de películas como Interstellar. Nuevamente es un guión inteligente, que sin romper la coherencia y la verosimilitud, consigue situaciones muy jugosas y emocionantes. Garland no pierde ocasión para tratar la fascinación destructora, la soledad, la demencia, la muerte. También para crear, de nuevo, una pequeña versión de la sociedad, en la que enfrenta la democracia a la tecnocracia, la compasión a la eficacia. Una historia bien conjugada, que sabe funcionar con sensaciones bastante indefinidas, como es esa atracción instintiva hacia el astro rey. Como en su anterior película, Garland demuestra que conoce todas las claves del género y las aplica aportando una mirada nueva, eliminando impurezas.
Me vais a permitir saltarme el orden cronológico. Luego os digo por qué. Pasemos a Dredd, la nueva adaptación del cómic que ya encarnó Stallone en aquel bodrio. Esta, sin embargo, es una de las películas de acción más refrescantes de los últimos años. En este caso, es mucho más clara la importancia de Garland, ya que, su director, Pete Travis, no tiene tanta personalidad como Boyle. En el resto del equipo hay nombres que ya habían trabajado en Sunshine y 28 días después, incluyendo a los productores, pero el director era otro.
La trama está limitada a un mega edificio -una historia casi idéntica a la de The Raid, pero son muy cercanas en el tiempo, por lo que parece ser pura casualidad. Vemos rápidamente ese rasgo habitual de Garland, de reducir el universo de la historia a un entorno mínimo pero autosuficiente. La microsociedad de un inmenso edificio futurista. Tiene una estructura rígida de niveles, muy cercana a los videojuegos -Garland ha escrito guiones también para videojuegos, pero en eso no voy a entrar aquí. El ritmo es imparable, y la acción continuada, jugando muy bien con la relativa unidad de lugar y concentrando la trama en unas pocas premisas. Con esa sencillez que uno puede encontrar en las películas de Carpenter, Dredd funciona impecable. También tiene una lectura política, ya existente en los cómics, acerca del fascismo y el capitalismo más apocalíptico.
Y ahora doy un paso atrás, pero he querido dejar para el final esta película por dos razones. La primera es que, en muchos sentidos, es la más diferente al resto. La segunda razón, responde a que posiblemente, sea la más cercana a la película que está a punto de estrenar, al menos por su temática. Dirige, con serena elegancia, Mark Romanek (Retratos de una obsesión).
Es posible que su diferencia se deba a que es un guión que adapta el material de otro. En concreto, la novela de Kazuo Ishiguro (escritor británico de origen japonés, responsable de, entre otras, Lo que queda del día). Aunque es una película de ciencia ficción, su género más presente es el drama romántico, por lo que carece de elementos de acción que tenían otros de sus guiones. Se trata de una historia de amor contenido, al estilo de Ishiguro. Lejos de las otras obras de Garland, que entran muy fácil, esta es una película muy densa que requiere un continuo esfuerzo del espectador para aceptar ciertas premisas muy libres y para buscar el significado de cada elemento. Lo que sí sigue teniendo su marca son las cuestiones reflexivas. Habla de la búsqueda del yo, de la esencia humana, de los sentimientos y de la presencia de la muerte en una línea filosófica muy cercana a Blade Runner. En realidad, está muy cerca de las historias de inteligencia artificial, aunque en este caso, la trama vaya por un lado bien distinto.
Estas cuestiones me han llevado a dejarla para el final, pues su próxima película, Ex Machina, trata de lleno la cuestión de la inteligencia artificial. Previsiblemente, con más acción, pero estoy bastante convencido de que entrará de lleno en los temas filosóficos y sociales que se derivan de ella. Espero que se planteen algunas de las grandes preguntas sobre nuestra condición humana, a través de elementos concretos como se hacía en Nunca me abandones. El peligro, y al mismo tiempo, la oportunidad, es que Garland toma los mandos de la dirección. Veremos aquí sus capacidades. Me preocupa que no se ha rodeado de un equipo demasiado fuerte, aunque eso también puede permitirle ofrecer su propia voz. En el reparto, eso sí, valores emergentes como Alicia Vikander y Oscar Isaac. Las primeras críticas son bastante positivas. En cualquier caso, es un estreno en el que tengo muchas expectativas. Veremos.