Lo que se puede decir de Los descendientes es que es una buena película, pero claro, con esto no se dice mucho, lo curioso es el por qué es una buena película, y la respuesta más evidente es…que es una película con personalidad, con tono propio, sin referentes.
Como si de una novela fácil de leer a paso de página sencilla, la película cuenta una historia peculiar, propia, como nacida para hoy y sin poder imitarse más tarde, y nos sitúa en una realidad perfectamente atronadora, la de una isla maravillosa e idílica donde de golpe y porrazo la gente también se muere y es infeliz.
Sin embargo, para una historia en donde hay que ir pelando poco a poco capas, hace falta un personaje/actor central que pueda, y no tanto sepa, transmitir, guiar y caer bien a partes iguales, lo de actuar bien se presupone como la valentía en la olvidada mili. George Clooney es perfecto.
Pero no puedes aburrir con las tristezas de otros, así que el punto de humor, de excéntrica manera de acabar riendo del absurdo pesar, es de agradecer en una película que no es una comedia porque hay una muerte, que no es una tragedia porque es como si no se muriera de lo bien que se le deja marchar.
El aderezo perfecto es el eterno problema de la familia, y más concretamente la familia americana, ese separado vivir que de golpe se hace piña para soltarnos historias independientemente histriónicas. El equilibrio perfecto está en el uso de los hijos, la pequeña con ternura, la mayor con voraz pero sensible madurez bajo las lágrimas de un padre que se plantea todo, y es duro planteárselo todo a esa edad.
De acuerdo, todos estamos a favor, y nos dejamos llevar por las escenas extendidos cómodamente en las hamaca colgante a ritmo de historia fácil de seguir, de comprender, de presuponer, incluso que descubrir con pensamientos muy propios de buenas películas, con formas de pregunta sencilla, ¿y yo qué haría?.
En una película de cejas, qué cejas más peludas, a fijarse llamo, con secundarios que alternan la diversidad de la vida, es de mérito lograr el favor de un público calmado, lejos de las tensiones del cine comercial, de comedia o de suspense, simplemente dejándose llevar a ritmo de ola rompiendo en una isla (vida) que da para poco cuando se mira hacia atrás y se han perdido cosas que no se pueden recuperar.