Cuando estrenaron la película reducida
y por partes escribí sus respectivas críticas (Nymphomaniac vol.
1, Nymphomaniac vol. 2). Ahora, después de haber visto la
versión íntegra y completa, de más de cinco horas, es momento de
escribir unas palabras más reposadas de la que para mí es la mejor
película de 2014. Ambiciosa, toda una odisea de la vida de una mujer. Una odisea sexual.
Nymphomaniac empieza con la
pantalla en negro como anticipando una gran epopeya fílmica, con ese
excelente prólogo musical de Kristian Eidnes Andersen que utiliza
sonidos de ambiente inquietantes. La ligereza de una película
porno está fuera de lugar desde el primer segundo, como si no
fuera suficiente ya con saber el nombre del indomable cineasta que
hay detrás: Lars von Trier.
No hay indicación de donde transcurre
la trama, y más adelante el idioma nos dará a entender que es Gran
Bretaña. Pero inicialmente, con esa introducción en el callejón,
con la cámara vagando de un rincón oscuro a otro, me sitúo
rápidamente. Estamos en Europa. Pero no en la Europa real, actual.
No, estamos en la Europa de Lars von Trier. En Zentropa.
En un lugar perdido y desubicado en el centro anímico del
continente. En la vieja Europa, repleta de lugares oscuros, como
salidos de una pesadilla que carga con todos los males de una
sociedad enferma. En la Europa de Epidemic, de El elemento
del Crimen. Y en el centro, nuestra protagonista, Charlotte
Gainsbourg, hundida, tocando fondo.
El cine de Lars von Trier es abstracto.
Los personajes representan conceptos, las situaciones buscan una
expresión intelectual, y la trama no persigue la coherencia ni la
verosimilitud. Un caso claro es el personaje de Shia Labeouf, uno de
los más importantes, que parece ser tres personajes completamente
distintos (el mecánico bruto y grasiento; el oficinista sofisticado,
casi afeminado; y el personaje del final, casi un villano). Además,
hay algunos elementos de verosimilitud, relacionados con las
casualidades que resultan improbables, incluso se hace mención
expresa a ello. El autor nos lo dice, por boca de la protagonista: no
tiene ninguna importancia la verosimilitud, tan solo aquello que nos
aporta la historia.
Así tenemos, la primera relación
entre personajes de la película, cuando Seligman (Stellan Skarsgård)
recoge a la desvalida Joe. Para empezar, remite claramente a la
psicoterapia, ella tumbada mientras él la analiza. Aunque también
podríamos pensar en un confesor, pues las palabras de ella buscan
más la redención que una cura. También se puede pensar en la
figura del padre: ella busca ser juzgada severamente. Los tres puntos
de vista nos ofrecen una idea de lo que vamos a ir descubriendo del
personaje protagonista. Seligman representa muchas cosas, el
racionalismo, el ateísmo con ascendencia judía... en muchos
aspectos representa facetas del director y a veces explica cuestiones
de una manera directa. Pero también cumple las veces de la figura
del espectador, que a von Trier le sirve para anticiparse a las
críticas (cinematográficas y morales).
La narración de
Joe es un conjunto de episodios con diferentes estilos y, con
distintos acercamientos al porno a nivel formal. Pero sobre todo
representa los diferentes hitos en la vida de una mujer, en
especial, relacionados con el sexo de manera directa o indirecta,
pero no necesariamente; puede reflejar los diferentes etapas de la
maduración de una mujer, siempre en abstracto, no como una vida
real, coherente. Tanto se distancia de la verosimilitud y se acerca a
la representación que para el episodio de Uma Thurman, uno de los
más teatrales y desapegado del realismo, utiliza un scope diferente.
El ancho de la pantalla es menor, señalando así un nivel de ficción
mayor, como una pantomima dentro de su ya de por sí licenciosa
historia.
Como en el
reciente cine de Tarantino, aquí se va cambiando de género a cada
capítulo. A veces con variantes del cine que gira en torno al sexo.
Por ejemplo, cuando Joe empieza a tener varias relaciones en la
universidad, el estilo se acerca al del porno amateur de los 90, con
cámara en mano y fotografía descuidada. En el capítulo de su
trabajo de secretaria hay un tono de cine erótico psicológico sutil
con una estética muy propia del género en Europa en los 70, donde
el juego de dominación sexual está representado por pequeños
gestos festichistas, como portar la ropa o el simple hecho de
conducir, así como la relación laboral. La osadía del grupo de
chicas rebeldes está en la línea del porno protesta de los 60 o, en
su reflejo en la actualidad que podría ser el underground radical de
Bruce LaBruce. Pero también están presentes géneros menos cercanos
al sexo como son el terror y el drama.
El padre
Von Trier retrata la inocencia de los
primeros pasos en la sexualidad, la experimentación naif y con ella,
los sentimientos de culpa, propiciados por el personaje de la madre,
que representa el puritanismo frío y distante, el de una sociedad
moralizante que ha renunciado al afecto. Para compensar, un padre
comprensivo y tierno, que termina por demostrar una excesiva
complicidad con la curiosidad sexual de la niña, y sin que ocurra
nada, crea ciertas parafilias relacionadas con el clásico complejo
de Elektra. A veces son más explícitas, como cuando le sorprende y
le observa, y en otras ocasiones quedan simplemente apuntadas. Por
ejemplo, la escena en la que le explica las virtudes del fresno, esa
madera tan dura que puede evocarnos inmediatamente el
sadomasoquismo de azotes que veremos en el segundo volumen. Las
varas típicas del BDSM se fabrican con madera de fresno. El padre
habla con dulzura y con cariño de este árbol, apuntando así la
paradójica relación entre la protección y el castigo. También en
esta línea, la escena de la cuerda por la que trepa, con un
inteligente y sensual plano del cabo de la cuerda bailando, que al
mismo tiempo nos puede referir al bondaje y que tendrá su reflejo en
cuerdas muy similares en el episodio de los azotes. En definitiva, la
infancia como una época de experimentación, de primeros atisbos del
placer sexual al mismo tiempo que aparece la noción de pecado. En el
segundo volumen se refuerza la idea de manera explícita con las
visiones y el primer orgasmo "religioso".
El episodio más macabro y sombrío es
el del delirum tremens, en un siniestro blanco y negro. La figura de firme y cariñosa protección
del padre se derrumba. Es significativo que tengan que atarle, lo que
invierte aquello que se nos ha sugerido en los episodios de la
infancia. En la versión extendida, que carga bastante el metraje en
este episodio, vemos como el padre le regala su viejo calibrador. Una
figura de racionalismo y solidez, que al mismo tiempo tiene las
aristas suavizadas por el uso, una transmisión de las firmes manos
del padre.
Él le grita pidiéndole ayuda y con
ello, toda la seguridad de Joe se derrumba. Reacciona a través de la
única vía de escape que conoce: sumergirse más en su adicción al
sexo, entrando en una espiral oscura y morbosa de sexo en camillas de
hospital -el mismo hospital en el que su padre agoniza. Para mí, el
episodio con más fuerza, que acaba con la expresión más gráfica
del mundo interior de Joe: una lágrima vaginal por la muerte de
su padre; asociando brillantemente el placer a la tristeza. Por
otro lado, el plano que da comienzo al episodio, con las palabras de
La caída de la casa Usher de Edgar Allan Poe, con esa
estética extremadamente siniestra, esa entrada en el infierno
cotidiano; es el plano con el que me quedaría de esta película
repleta de talento estético. Con este episodio volvemos más que en
ningún otro momento a esa Europa inhóspita de von Trier que
comentaba al principio.
El machismo
No se puede hacer un retrato social de
la vida de una mujer sin hablar del machismo, obviamente. La primera
experiencia sexual de Joe se enmarca claramente en una visión del
sexo completamente utilitaria. Un decepcionante uso por parte de esa
figura del macho que no tiene ningún interés en una relación de
beneficio común. Es curioso que este personaje, en principio
interpretado por Shia Labeouf, toma varios roles completamente
distintos en la película, como comentaba antes y en todos es una
figura clave de una sociedad machista. Cómo la folla en ese primer
encuentro, sin el menor interés en ella; cómo la convierte en
objeto cuando es su jefe; cómo la sitúa en el rol de madre cuándo
son pareja; y cómo la maltrata en último lugar. Eso no significa
que no tenga también algunas actitudes comprensivas y hasta
sacrificadas.
Se tratan temas como el del activismo
feminista radical, en el capítulo de vulva máxima; o la
conciliación familiar, cuando Joe tiene un hijo y eso la ata a una
vida concreta. No nos despistemos con el sado y con las obsesiones
sexuales, la idea en definitiva es que se le presupone una conducta y
una atención al hijo más responsable solo por el hecho de ser
mujer. Y por supuesto, la relación entre el sexo, el pecado y la
culpa, un planteamiento que sería radicalmente distinto si el
personaje protagonista fuera un hombre, que también podría
estar atrapado en esa adicción, como le ocurre al personaje de
Shame, pero que tendría una imagen ante la sociedad
completamente distinta. También hay un espacio para una visión
polémica del aborto, en la versión extendida, que defiende la
libertad de la mujer sin dejar de mostrar el lado más oscuro. Una
visión del feminismo, y del progresismo en general, sin caer en lo
políticamente correcto. Y es que la dictadura de lo correcto
obsesiona al director, especialmente a raíz de algunas experiencias
propias. Está claro que uno de los temas de la película es su
propia persona.
Lars von Trier
Recientemente ha concedido una
entrevista que, como casi todas sus intervenciones, ha levantado
polémica. Hacía tiempo que no hablaba, pero si uno presta cierta
atención, en Nymphomaniac ya están los
temas que después ha desvelado en esta entrevista.
En la entrevista habla de su
participación en Alcohólicos Anónimos, y de cómo no es una
persona que crea demasiado en los grupos. En la película sitúa a
Joe precisamente en esa circunstancia, como un claro reflejo de sí
mismo, con su ego y su desapego a ese tipo de dinámicas. Joe no
encaja, porque él no encaja. Otro de los aspectos que trata en la
entrevista es su famosa polémica con las declaraciones sobre Hitler
en Cannes. En Nymphomaniac se habla del antisionismo como
aspecto diferente al antisemitismo y se desprecia los eufemismos y
los tabús. La secuencia del aborto que comentaba, por ejemplo. Lars
grita desde su película en contra de las buenas palabras y
reivindica la provocación. Su provocación. Y por supuesto, no
huye de la polémica.
Hay otro aspecto interesante: las
madres. En la entrevista comenta algo que ya dijo en su momento, a
raíz del tema de su obsesión con Hitler, y es que quien él creía
que era su padre biológico (medio judío) parece ser que no lo era
finalmente. Aparte de la confusión de identidad que le pueda
producir esto, es posible que haya provocado sentimientos difíciles
hacia su madre. Puede que sea por eso o no, pero lo cierto es que las
madres de Nymphomaniac salen mal paradas. La
madre de la protagonista, estirada, insensible, severa e incapaz de
demostrar cariño a su familia. Y después la propia protagonista,
una madre terrible que desatiende a su hijo hasta extremos
peligrosos.
También habla von Trier indirectamente
de sus críticos cuando menciona a Beethoven. Se plantea que
Beethoven no dominaba la fuga, pero se puntualiza que renovó la fuga
y por eso los puristas le acusaron de no dominarla. Dicho de otro
modo, el músico era un adelantado a su tiempo, lo que le provocó la
incomprensión de algunos hacia el final de su carrera. Está claro
que la consideración que tiene de sí mismo el director es esa -ya
ha afirmado alguna vez "en broma" que es el mejor director del
mundo. Se sitúa como un
Beethoven del cine que está demasiado adelantado para alguno de sus
críticos. Es probable que también se haga una mención musical
a sí mismo al incluir El oro del Rin de Wagner, pues estuvo a
punto de dirigir la ópera de El
anillo del Nibelungo, de la que es parte. Seguro que tiene
la espinita de que le dejaran finalmente fuera del proyecto. Aunque
no es la primera vez que usa a Wagner, ya lo hizo en Epidemic o en Melancolía.
La música
Sigamos hablando de música, pues es un
elemento muy importante en el cine de von Trier, y en concreto, en
esta película. En su mayoría música clásica u orquestal. En el
momento en que Joe pierde sus incentivos sexuales la música que
tenemos pertenece al Requiem de Mozart: un requiem por sus
orgasmos. Otro de los temas incluidos es el Waltz nº 2 de
Shostakovich que seguro recordaréis de otra película que gira en
torno al sexo: Eyes Wide Shut.
De la misma manera que el tema de
Beethoven se explicita, tenemos toda una secuencia presidida por El
Pequeño libro de órgano de J.S. Bach que trata precisamente
sobre la armonía musical como metáfora de las diferentes y
complementarias necesidades sexuales. También utiliza la música
para hacer un guiño a su propio cine. Lo vemos en la escena del niño
en el balcón, que es una referencia a una escena casi idéntica en
Anticristo y para la que utiliza la misma pieza musical,
Lascia ch'io pianga.
Todo su cine
Lars von Trier siempre ha sido un
cineasta inquieto y eso lo ha hecho pasar por varias fases. La
sofisticación técnica de sus primeras películas le llevó a un
control estético artificioso y a un reconocimiento de la crítica en
el que no se quiso acomodar. Demostró que en el extremo opuesto, en
la aventura Dogma, también podía ser el mejor y marcar tendencia.
Exploró el minimalismo más absoluto con Dogville, y
finalmente, ya en su anterior película, Melancolía, supo
conjugar sus dos mundos: desde el plano de composición hasta la
cámara inquieta. Aquí es capaz de fundir sus dos estilos también,
pero no de forma separada, como en su anterior trabajo, que tenía
partes diferenciadas. En Nymphomaniac nos encontramos con
elecciones academicistas muy preparadas, como un plano en
contrapicado del terrible Jamie Bell, al tiempo que la cámara se
mueve temblorosa -como la protagonista- en el estilo aparentemente
descuidado de su etapa semidogma.
También aúna muchos de los temas de
su carrera: la culpa, la mujer torturada, incluso mártir, la
religión. La insatisfacción con el modo de vida propio -de forma
estructural, no circunstancial. Y por supuesto, sus variadas
reflexiones sobre la sociedad. La provocación, la tragedia, la
intensidad. De alguna manera, Nymphomaniac reúne
casi todo lo que nos ha ido dejando su cine. Acaba de afirmar en
esa entrevista reciente, que tardó año y medio en escribir el guión
y lo achaca a la dificultad de estar sobrio (mientras que, dice, el
guión de Dogville le llevó 12 días, a botella de vodka
diaria). Yo creo sin embargo que la culpa no es de la falta de
alcohol, se debe a que esta es su película más ambiciosa. Más de 5
horas en las que ha querido incluir todo lo que le define como
cineasta y todo lo que le interesa.
El resultado, para mí, la mejor
película del año.