En una película como esta, el trabajo de recreación histórica es vital. Una historia así te la empiezas a creer por los ojos, si te crees los escenarios, el vestuario. Ese era uno de los aciertos de Alatriste pero, claro, la pasta que manejaba Díaz Yanes era mucha. Aquí, me parece a mí, la cosa no va a ser tan brillante, ni tan certera. Más cerca de las grandes historias de telecincos y antenatreses que de las grandes producciones para el cine.
Pasando por alto un aspecto vital en el género como ese, el director se lo tendrá que pelear en un campo muy español: Tener un buen par de cojones. Los Borgia son los Borgia y o te tiras p'alante con un buen par, sin remilgos ni miedos, o te vas a quedar entre aguas, sin interesar tu socorro ni a los de una orilla ni a los de la otra. El problema adyacente es que, una vez demuestre ese, digamos, coraje, hay que apoyarlo con cierta carga de saber hacer, de oficio y, esto ya sería lo ideal, de talento.
Pero si directamente se nos muestra timidillo, apocado y remilgado, sin huevos de plantarnos en pantalla lo que nos tiene que plantar, lo segundo será lo de menos.
Abriré un pequeño resquicio en la trillada puerta a la esperanza. Si es capaz de pasar por ahí, con sutil talento, o en su defecto de tirar la puerta entera abajo, con poderío, no pondré reparos. Qué coño, estaré encantado.