Lo primero que hay que hacer antes de enfrentarse a la pantalla es hacer un ejercicio interior. Repetirse en susurros: “esto no es Bond”. Porque no lo es. Porque en la intro musical no hay una sola silueta femenina, todo son golpes. Porque suda, porque está lleno de heridas, porque le confunden con un simple aparcacoches, porque no le quedan impecables los trajes, porque tiene pinta de bruto, no es elegante ni refinado, porque usa una escavadora, porque atraviesa puertas con su cuerpo. Pero sobre todo, porque está pensando más en su misión que en trabajarse a la chica de turno. Lo de menos es como se toma el Martini con vodka. No es Bond por estas y por muchas otras razones.
Muy bien, pues que no lo sea, si uno ha hecho sus ejercicios puede sacar de esta película más de una cosa buena, y, desde luego, un buen cine palomitas con entretenimiento fácil.
Digo en el título de esta crítica que “sabe beber”, y aparte de la evidente alusión, me refiero a que en esta nueva entrega del agente 007 alguien, imagino que los productores, han decidido renovar completamente el estilo, bebiendo de los éxitos de los últimos tiempos.
Así, no es difícil ver las similitudes con otra saga prima lejana suya: debe muchísimo a “Misión imposible III”, quizá no tanto a la película en sí sino a la moda que representa. La moda del “sin tonterías y al grano”, donde no se dan golpes sino verdaderas ostias, y lo cierto es que esta crudeza entronca bastante bien con el Bond más antiguo, con la diferencia de que entonces era lo inusual y ahora es lo habitual. Ese estilo enérgico, duro, realista, con esas peleas sin adorno. Bebe de otra saga, la de Burne. Tiene muy claro de qué quiere beber y como.
Un inicio voluntariamente diferente. Una buena idea, el blanco y negro, el flashback bruto, una intención atrevida que muy bien podría beber de “Kill Bill”, pero que se queda sosa, sin demasiada fuerza, y personalmente me defrauda por no continuar con las mismas ganas de ser diferente, pero eso ya se lo dejamos a Tarantino.
Por beber, es capaz de beber de la socarronería de Bruce Willis en la sucia escena de la tortura.
Aunque de tanto bien beber, la película se queda sosa, sin garra. Quisiera, en más de una ocasión que se emborrachase que resbalase incluso, pero termina diferenciándose sólo por lo malas que eran sus antecesoras y lo más que aceptable que es esta.
Eso sí, tiene cosas muy buenas. La escena de acción en las obras, al principio, trepidante, muy bien rodada. Toda la parte del casino está muy bien llevada. La escena de la ducha es bellísima. Y sí, a mí sí me gusta la escena de la reanimación, es intensa y frenética, además de ser el momento más deliciosamente grotesco de toda la película. Eva Green está perfecta, belleza con personalidad y personaje con interés. Daniel Craig, adecuado para el nuevo Bond. Ambos tienen química, aunque a veces empalague su relación picajosa. El malvado de turno tiene una presencia agradablemente denterosa, bien.
Lástima de una parte final larguísima, una parte inicial un poco a la deriva, una indefinición del malvado con verdadero poder – el otro a veces da un poco de pena... Y especialmente penoso es no encontrar nada suficientemente llamativo que lo distinga del resto del género, está bien que se hunda un edificio en Venecia, o que alguien escale al estilo palmera, pero no es suficiente. Esto sí es para mí la verdadera esencia imprescindible de la saga.