Son una plaga. Así de claro lo digo. Pero acabo de constatar que, afortunadamente, hay un modo sencillísimo de identificarlas, más allá del arácnido sentido del precrítico o del simple sentido común. Y es que todas estas auténticas porquerías, toda esta inclasificable basura, toda esta inmundicia en forma fílmica, esta mierda sin más nombre que ese, mantiene siempre una característica delatora a la vista: Sus carteles promocionales están cortados por el mismísimo patrón.
A saber: Fondo escrupulosamente blanco. Letras habituales en el nuevo diseño, rollo arty, minimal. Los protagonistas, con sus mejores caras de bobo, mirando a cámara. Si no te crees este escueto análisis, recurre al recientísimo estreno de, por ejemplo, Hasta que el cura nos separe. Calcadito. Otra porquería a evitar. A huir. Como de la peste.
Para colmo esta barrabasada que nos llega ahora lleva la impronta ¡triple! de Chris Rock. Triple porque dirige, escribe y actúa. Ni me he molestado en mirarlo (soy sincero) pero no me extrañaría descubrir que también produce. Y a mí, qué queréis que os diga, Chris Rock no me hace ni puta gracia. Es de esos cómicos que, únicamente, se hacen los graciosos. Cargante.
No dudo que la peli hará un pastón bien majo, allá en los EE.UU. Y sí, ha convencido a Steve Buscemi para salir en "mi película, hermano". Pero eso no es garantía de nada. Anda que no ha hecho morralla el amigo Buscemi. Aunque sea un crack.
No como Chris Rock.