Está claro que esta película pretende cosas, aunque fracasa en cada una de ellas. Quizá pretende ofrecer un espacio a la reflexión sobre la condición humana en contraposición a la bestia, quizá plantear una diferencia de clases, desde luego hablar con la atrocidad como telón de fondo. El problema es que la película no ofrece prácticamente nada.
Tenemos una lenta y evidente bestialización del chico que por muy grotesca que pueda resultar no compensa su duración ni los exagerados primeros planos que recibe. Tenemos una niña mendiga con varias apariciones encajadas con calzador, que no aporta absolutamente nada al desarrollo de la trama (si la hubiera) y que como elemento de simbolismo es más bien exagerado.
Y lo que tenemos, en general, es una serie de escenas absolutamente reiterativas que consigue que el tiempo se detenga y el reloj no avance en un interminable aburrimiento.
Por otra parte, hay algunos buenos planos, como el prometedor comienzo con el humo y los niños en esos tubos. La cámara se mueve con dinamismo, y salvo algunos momentos de acción resueltos con una considerable cutrez, lo cierto es que existe una fluidez más que aceptable.
Pero de nada sirve cuando una historia que tiene sentenciada su duración a no más de veinte minutos, debe rellenar con planos de transición larguísimos (por favor, llevamos viendo esto en festivales desde hace eones, ya va siendo hora de avanzar) y situaciones que se reiteran con respecto a otras y también en su propio contenido. ¿Por qué repetirán tanto las frases en el cine iraní? ¿Por qué nunca se escuchan a la primera? ¿Y por qué han de comunicarse a gritos? Siempre ocurre y es bastante exasperante.
En definitiva, una película soporífera.