Ya en mi precrítica le daba mucha importancia al universo de la delincuencia, al ambiente de las calles, el poder subirte a un coche y tener la sensación de que algo malo se avecina. De sentir la violencia sin necesidad de pegar un sólo tiro. El boulevard londinense comercial apenas se ha asomado y a cambio hemos recibido otra lección de hostilidad en un ambiente a las afueras de Londres con el ladrillo rojo ojo avizor y los pequeños inmuebles como un personaje más que nos da la mano. La cinta parece ir al trote durante casi todo el largometraje aprobando con un suficiente alto y pasando el corte pero con la sensación de no haberse completado. Sin embargo, los últimos veinte minutos de metraje son un galope constante y explosivo. Es cuando Monahan decide firmar con su nombre y hacer de nuevo una declaración de intenciones en toda regla. Veinte últimos minutos compactos de acción, expresión, interpretación y lenguaje cinematográfico instantáneo.
Acompañada de una banda sonora excelente y fundamental en estos casos que recuerda a Tarantino o a Rodríguez salvando las distancias, London Boulevard se viste con el mejor de sus trajes sin nadie que lo llene y lo sepa llevar en condiciones, ni siquiera Farrel a quien se le ve dubitativo, confuso, sin darse un buen atracón de cámara. Tampoco Damon daba la talla en Infiltrados y todo salía a pedir de boca. No es algo para echar en cara, pequeños detalles sin importancia. Por y para eso estan esos veinte mágicos minutos.
Una buena elección para los que quieran una sesión de delincuencia ligth, violencia controlada, caras conocidas, ambientación y guión con personalidad. Te permite quedarte sentado en la butaca y no pensar en otra cosa. Tiene todo lo que se le pedía aunque habría cosas que mejorar. Un infiltradazo más de Monahan.