Crítica de la película Colossal por Iñaki Ortiz

8:05 de la mañana


4/5
20/09/2016

Crítica de Colossal
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película

Los monstruos que arrasan ciudades orientales suelen provenir de restos nucleares tóxicos. Los monstruos de Nacho Vigalondo parecen surgir más bien de relaciones tóxicas. La protagonista sufre varios efectos habituales de relaciones machistas. Se ve afectada por los celos en varias ocasiones. Se encuentra en dos tipos de relaciones de dominación, una de ellas violenta y la otra moralizante. Hombres que opinan sobre su vida y pretenden controlarla; hombres que envidian su éxito, que chantajean, amenazan e incluso, agreden físicamente.

Su pareja usa su problema con la bebida para sermonear -cosa que, al menos, llega a reconocer- y tomar decisiones sobre su vida. Lo usa para hacerle sentir mal y tomar un posición de ventaja. Ella, siente el peso de un sentimiento de culpa que, si bien tiene una raíz real, está desproporcionada por la presión moralista de él. Uno a veces se siente como si fuera el responsable de catástrofes por no relativizar lo que son problemas cotidianos. Y así, de un inicio hundido, con la autoestima por los suelos y con el sentimiento de culpa por las nubes, la protagonista pasa a ser de forma efectiva, la culpable directa de un Seúl arrasado por un monstruo. Ella es un monstruo.

La lucha no sucede realmente en otro continente. Es una lucha interior, es un personaje recuperando el control de su vida, su autoestima, escapando de dos hombres que pretenden poseerla. Por eso, resulta interesante que en muchos momentos de la película ni siquiera veamos el plano espectacular de las calles de Seúl. Vemos el parque, el suelo aplastado, escuchamos la reacción de los vecinos. Y es interesante, no solo por el clásico recurso cinematográfico de mostrar menos es más; lo es porque trae la acción a donde verdaderamente está ocurriendo, al mundo cotidiano, a las relaciones humanas. En cierto modo, se puede ver esta película como complementaria a las dos historias de monstruos de Gareth Edwards (Monsters, y Godzilla), donde el mundo de los sentimientos se visualizaba en los monstruos; aquí, el combate titánico se visualiza en los humanos.

Anne Hathaway en Colossal

Es de agradecer que esta vez, al contrario que en Extraterrestre, se pueda ver el componente fantástico. Y lo es porque, al ver que hay presupuesto para las escenas espectaculares, el hecho de que, posteriormente se oculten en ocasiones, no deja sabor a trampa. Por otra parte, nos dejan varios momentos muy divertidos, de un humor grotesco, y gigante, que recuerda al Dai Nipponjin de Hitoshi Matsumoto. Como cabía esperar, Vigalondo juega bien con el impacto de las nuevas tecnologías y con los detalles anecdóticos que se desprenden de la situación. Que la premisa sea un disparate no quiere decir que no haya que desarrollarla con detalle. El componente cómico, a partir del contraste entre lo grande y lo pequeño, lo fantástico y lo cotidiano, empieza con una un “chan” musical sobre la imagen de una muñeca- con esa relevancia que da siempre el director a los objetos. Y por supuesto, con la primera entrada de la protagonista asomando de forma “monstruosa” por la puerta. Y es que Anne Hathaway, lo mismo es capaz de transmitirte que es Catwoman solo con unos gestos y sin disfraz; que interpretar a un ser monstruoso cuando simplemente llega de juerga por la mañana.

En mi opinión, esta es una película más redonda que las dos anteriores -dejemos a un lado la maravilla de Los Cronocrímenes. Juega con elementos similares a Extraterrestre (el cine de catástrofes desde lo cotidiano) y hasta podemos ver un momento que recuerda a su corto 7:35 de la mañana, cuando el ya villano pone un petardo gigante en el bar. Es una película que habla de varias cosas. Habla de cómo se perciben, con cierta relatividad, las tragedias que ocurren a miles de kilómetros, que podemos poner por debajo de nuestras necesidades vitales más triviales -y como a veces solo se resuelven viajando, vivíendolo. Habla de comportamientos machistas, desde los pequeños hasta los peores. Y por cierto, nos da una vuelta al género con el personaje del amigo guapo y bastante tonto, que además, cual bella doncella del viejo estilo, observa las peleas sin intervenir, mientras a nuestra heroína le parten la cara. Una película divertida, con bastante jugo.



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