Joann Sfar no pretende realizar
un biopic clásico sino buscar la esencia de Serge Gainsbourg, un
poco en la línea de I'm not there, aunque no de forma tan
radical. Esto queda confirmado con el texto final en el que el
director nos confiesa su admiración por el personaje y su intención
de poner el acento no tanto en sus verdades como en sus mentiras. Una
elección sin duda arriesgada y loable, mucho más interesante que el
típico esquema biográfico, y más en consonancia con los avances
narrativos de nuestros tiempos. Sólo hay un problema: no lo ha
conseguido.
Y es que finalmente lo que tenemos es
una película exageradamente dilatada (sobra por lo menos una hora),
algo torpe y ñoña en algunas de sus metáforas así como carente de
cualquier tipo de atmósfera. Ni siquiera mantiene cierta coherencia
estética.
El actor protagonista, Eric
Elmosnino se desenvuelve con gran soltura en la segunda mitad de
la película, cuando su personaje ha conseguido toda la autoestima
que le convierte en un galán infalible, pero no parece funcionar tan
bien con la inseguridad que muestra Gainsbourg en la primera mitad.
Hay que reconocer, eso sí, el conseguido parecido físico.
En definitiva, un personaje
interesante, provocador y atrevido como el de Gainsbourg no se deja
ver del todo en esta película que no ha sabido poner los puntos
sobre las íes. No termina de elegir los momentos clave y los
porqués que podrían ofrecernos una idea íntima de la personalidad
del protagonista. A veces camina sin rumbo y pocas veces entra de
lleno en algo. Se queda en el peor punto medio entre la biografía
convencional y la destilación de la esencia personal.