Esta no es, como era de esperar, una
adaptación del cuento de Blancanieves al uso. Conociendo a su
director, Tarsem Singh, sabíamos por donde iban a ir los
tiros, y por ahí han ido, pero quizá se ha quedado un poco a
medias. Tenemos un despliegue estético muy interesante, con imágenes
tan mágicas como el paso hacia el espejo o las habitaciones "con
vistas". Tenemos un verdadero derroche de vestuario de fantasía que supone un
muy digno adiós a Eiko Ishioka, con esos zancos - fuelle
para los enanos, esos uniformes de los guardias y los ostentosos y lucidos
vestidos de la malvada bruja. La película, en este sentido, no tiene
desperdicio, aunque quizá no es una apuesta tan radical como otras
del director y, en ese sentido, puede quedarse algo corta.
Por otra parte, el tratamiento de la
historia, cargada de ironía con alusiones tan adultas que llega a
aparecer la crisis de deuda en los créditos finales. Desde el
principio, Julia Roberts como brillante reina absoluta de la
superficialidad más cínica, nos explica que la película trata
sobre ella, no sobre Blancanieves. Una diva ególatra más cerca de
El diablo viste de Prada que del cuento de los Grimm. Sin
embargo, no sé si por motivos comerciales o porque simplemente se quería así, el núcleo más
convencional del cuento va abriéndose paso y, aunque con ritmo y con
cierto desparpajo, no deja de ser una historia infantil sin mayor
interés.
Eso sí, tenemos a los enanos con más
chispa y energía que podemos tener. Lily Collins sabe
lucir muy bien la bella candidez de Blancanieves pero con ocasionales
destellos de pícara malicia que le aportan los ligeros toques de acidez que necesitaba el
personaje. Muchos elementos diferenciadores, pero un desarrollo de la
aventura infantil y algo soso, sin demasiadas escenas para el
recuerdo. Y es que, al final, ya se dice, finalmente la historia sí
trataba sobre Blancanieves.