Exodus es una promesa a medias, la premisa argumental hecha delirio pero racionalizada poco a poco. Ese el mayor defecto del film de Ho-Cheung Pang, que inexplicablemente ha optado por reconducir el desarrollo de su obra por un camino bastante más convencional de lo esperado, aunque a veces vuelva a recurrir a lo que verdaderamente nos interesa, su surrealismo moderado. Basta observar el inicio de la película para darse cuenta. La inclasificable escena del ataque de los buzos con martillos en la comisaría que abre la película -una maravillosa referencia musical y estética al Oldboy de Park Chan-wook- hace de engañosa presentación a un argumento que a ratos se muestra tedioso y repetitivo, a pesar de atesorar muchas otras virtudes.
La presentación de los personajes nos da a conocer en primer lugar a un funcionario de policía, eterno aspirante a un ascenso al que le gusta jugar a los detectives, quizás hastiado por una vida conyugal no del todo satisfactoria. Cuando decide embarcarse en el caso de una conspiración imposible de las mujeres para acabar con todos los hombres, en realidad está montando en un coche sin frenos. Evidentemente, su poca profesionalidad -patente en la torpeza de sus pesquisas- acabará por pasarle factura tarde o temprano, como ocurre una vez que una de las implicadas cuestiona su entrometimiento. Si se le deja hacer, es solo gracias a la ayuda de su esposa, luminosa contraparte que no responde en absoluto a la imagen del sexo débil y cuyo tormento es estar predestinada a los reproches y la poca atención de su marido más allá de las formalidades.
Evidentemente, ante semejante perspectiva, el protagonista solo puede condenarse a si mismo incurriendo en el pecado de un adulterio más que buscado con la esposa del detenido que desencadena toda la investigación. El engaño capital devuelve a sus principales convicciones asesinas a una mujer que, por mucho que su madre insistiera, se negaba a ver defectos en su marido. Una vuelta de tuerca bastante brillante por parte del guión. Para dar vida a este triangulo amoroso, contamos con una serie de actores poco conocidos en nuestras tierras pero capaces, como lo son Simon Yam, Annie Liu, Nick Cheung e Irene Wan, aunque lo cierto es que la asustada figura del presunto acosador queda reducida a una borrosa sombra de su personaje. Si tenemos en cuenta los fallos que acosan a la película en su tramo central, no es entendible por qué no se ha explotado más la historia del descubridor de la conspiración.
Durante casi todo el metraje del film, volvemos a ver la misma escena infinidad de veces. Da la impresión de que a los guionistas tan solo se les haya ocurrido un par de ideas genialmente surrealistas y que para hilarlas haya que recurrir a una innumerable cantidad de secuencias que vienen a repetir lo mismo una y otra vez, porque lo cierto es que tampoco ese ritmo lento sirve para profundizar en los citados personajes más allá de recrearnos con la espectacular fotografía -habitual de este tipo de producciones- que corre a cargo de Charlie Lam Chi-kin. La planificación en el ámbito del montaje es también la conocida en las producciones asiáticas, es decir, planos desenfocados y fijos, imágenes que hacen del decorado un juego de imagen y demás trucos espectaculares. Lo cierto es que tanto su desarrollo como el modo en que está rodada, hacen de Exodus una película que, más que en Hong Kong, parece hecha en Corea, buena muestra de la permeabilidad de la cinematografía del país. La banda sonora de Gabriele Roberto es de lo más cumplidora, pero si algo quedará en los oídos de los espectadores son los solos de piano de Aiko Takai, que ya nos han ofrecido unos cuantos instantes particularmente hermosos al llegar al climax argumental.
A esas alturas se nos desvela por fin la misteriosa imagen con la que da comienzo el film, que viene a decir que una cosa no por ser tremendamente absurda es imposible. De este modo se adelanta el destino de nuestro protagonista, aunque lo cierto es que la película ya había destruido todas las dudas posibles muchos minutos antes. Una lástima que no haya querido jugar más con la paciencia del espectador. Los esperados planos de la asociación de mujeres violentas en acción son puro humor negro, además de estar brillantemente realizados. La resolución de la película, tan lógica como anticipada, no está exenta de cierta mala leche. Es el final que todos nosotros queríamos ver. Como ocurre con todos los detalles que se nos muestran a lo largo de la película, sabemos de sobra que estos van a tener una repercusión tarde o temprano. Así ocurre con el plano inicial y en este caso con la bebida que nuestro desdichado detective degusta en su puesto de trabajo, preparada con todo el amor del mundo por su vengativa mujer. Eso si, la inexplicable mirada de la reina de Inglaterra adquiere ahora un significado bastante concreto. La conclusión es pues deliciosamente mordaz.
A pesar de que su desenlace endulce un poco el conjunto, Exodus no solo adolece de una alarmante falta de valentía, sino que además incurre en los habituales fallos del estilo cinematográfico oriental. No deja de ser una película interesante y entretenida, pero si uno piensa detenidamente en qué podría haberse convertido, acaba por sentir cierta sensación de decepción en su interior. Uno no puede dejar de preguntarse que hubiera ocurrido si este guión hubiera recaído en manos de un director menos conservador. Probablemente hubiéramos caído en el exceso. Lo que es innegable es que, viendo el camino emprendido por sus competidores europeo y americano -anclados en unas concepciones que requieren de una urgente renovación- y aunque a muchos les pese, el cine asiático es el camino.