Así me hallo ante esta película. A medio camino entre que me apetezca y que no. Uno no puede evitar que trasluzca el argumento de lo nuevo de Polanski a su cueva custodiada por amapolas. Y uno no puede por más que mostrar pereza ante un argumento tan trillado o tan de aroma a best-seller. Tampoco se me tome por un gafapasta depurado. Disfruté muchísimo de un tal Stieg Larsson. De hecho estamos ante una adaptación de una novela de Robert Harris con tintes de crítica política actual. Claro que a Polanski no le veo jugando a hacer un In the loop, y sí más interesado en una trama que, mal llevada, puede llevarnos al sillón de una tarde de domingo.
Todo sea que confío, y mucho en Polanski, ese grandísimo director de obras maestras como Chinatown, La semilla del diablo o Cuchillo sobre el agua; pero que también ha pegado sus petardazos, y para más inri en la temática de esta película, como puede ser La novena puerta, que empieza como los ángeles y termina como si estuviésemos bajo su lluvia.
La película viene avalada por un premio a la mejor dirección en Berlín, quizá más movido por las cuestiones extracinematográficas que han enturbiado y enturbian el savoir faire del pequeño polaco (no pienso entrar a valorar ninguna cuestión extracinematográfica), por una buena taquilla y por un reparto en el que nos encontramos con los irregulares Ewan McGregor y Pierce Brosnan y el seguro de vida como secundario de Tom Wilkinson.
Quizá no estemos ante una película redonda, sino ante una master class de dirección, eso sí, no perdiendo de vista todas las parafilias y temas del ya inmortal director polaco.
Sí, me apetece.