Un primer vistazo a la sinopsis de esta película puede llevar a engaño. El cine iraní siempre es plato cotizado en festivales pero suele asustar al espectador más conservador. No obstante, en primer lugar hay que fijarse en el director de esta película. El palmarés y la filmografía de Majid Majidi le preceden. Premio del jurado en San Sebastián, un Fipresci en Montreal, una sorprendente nominación al Oscar e innumerables menciones en otros tantos certámenes dan a entender que hace buen cine. Pero, además, Majidi ha firmado películas como Baran, The father, Children of heaven o The colour of paradise, títulos que han traspasado las fronteras de su Irán natal para calar hondo en países tan reticentes al cine extranjero como Estados Unidos. Si se piensa con detenimiento, a pesar de su exótica procedencia su trabajo es accesible a todo el mundo.
Eso no quita para que nos encontremos una vez más con los tópicos del cine iraní que otros directores como Kiarostami, Bahman Ghobadi o los integrantes de la familia Makhmalbaf tan bien han sabido exponer en sus películas. No faltarán actores no profesionales, escenarios abiertos y pequeñas historias cotidianas en clave de metáfora existencial. La película estuvo nominada al oso de oro en Berlín pero el que finalmente se llevó el gato al agua fue su protagonista, Mohammad Amir Naji, que se alzó con el oso de plata a la mejor interpretación. Muy buenas sensaciones para una película que más de un crítico no ha dudado en comparar con la emblemática El ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica.