Terrence Malick nos cuenta la
historia de una pequeña familia. Una historia de un padre que
esconde, detrás de un manto de severidad, la rabia y la frustración.
La historia de un hijo y su relación con este padre. Una mujer
sumisa pero fuerte. Dos hermanos que se sustentan y se complementan.
Una pequeña historia cargada de detalles, muy bien dibujada y que
sabe evocar pequeños grandes momentos con elegancia. Podría quedar
ahí y sería una buena película dentro de los cánones habituales
del cine independiente. Pero no, la ambición del director tiende a
infinito.
Y cuando digo infinito no pretendo
exagerar. De la misma manera que el personaje de Nicolas Cage en El
ladrón de Orquídeas, decide que para contar la historia de esta
familia ha de contar el pasado, el origen de las especies, de la
tierra, ¡del universo! Y eso es lo que hace, y lo lleva a cabo
cargado de alegorías bíblicas, desde el Génesis hasta el
Apocalipsis. Desde el "y se hizo la luz". Aunque aquí no ocurre
todo en siete días. Malick nos deleita con un lujo audiovisual en el
que se recrea con unas imágenes bellísimas acompañadas de una
música exquisita. Esto no es Spike Jonze contándonos la evolución
completa en un minuto (que también luce), no, Malick, como Kubrick antes que él, se toma
su tiempo. El resultado es delicioso.
Después se centra más en el mito de
Adán y Eva, no en vano la película se titula El árbol de la
vida. Básicamente, el hombre -aquí un niño- se revela contra
su padre, deja de ser una sumisa creación para adquirir su propia
voluntad, que muchas veces está enfrentada a su creador. Busca su
libertad, asumiendo las penalidades que esta le acarreará. Nos
centramos después en dos hermanos, de forma ideal, el bueno y el
malo. De ahí hasta el Apocalipsis final en el que la tierra es
calcinada, seguimos manteniendo elementos bíblicos, como la torre de
babel que tanto el padre como su hijo construyen en su intento de
llegar a lo más alto de la sociedad, o la redención del padre
cuando cambia su actitud de ira y venganza por una confianza plena en
el amor como único elemento importante (nuevo testamento).
Pero la obra va más allá del aspecto
religioso. Malick decide que su historia debe aglutinar la cuestiones
filosóficas primordiales: de donde venimos, a dónde vamos, qué es
el bien y el mal. Y también a otro nivel, se fija en la esencia de
la sociedad norteamericana, con ese padre que prepara a sus hijos
para competir, para triunfar, y les alecciona acerca de como abrazar
el éxito.
La película tiene todo esto y mucho
más, pues la ambición del director, y por qué no decirlo, su
pretenciosidad, no tiene límites. Y en esta ocasión, esa ambición
se ve satisfecha con bastante margen. Nos presenta imágenes
bellísimas, ya sea dentro de la psicodelia universal, como con
simples travellings circulares dentro de una casa. Quizá peque,
cuando llega el final, de cierto síndrome de Beethoven, repitiendo
el estruendoso "chán!" final demasiadas veces hasta que ya por
fin llega el plano final definitivo.
Mención especial para un Brad Pitt,
primero por su cuidada interpretación repleta de matices, y segundo
por embarcarse de lleno (recordemos que también produce) en un
proyecto tan arriesgado como este.
La magnitud real de esta película sólo
el tiempo podrá decírnosla con seguridad, pero es realmente difícil
que una empresa tan ambiciosa consiga lo que se propone sin caer
estrepitosamente.