Es difícil de explicar por qué no estallamos más a menudo. Deberíamos hacerlo cada vez que escuchamos las noticias, con los chorizos que se descubren cada día en nuestras instituciones y que, por otra parte, ya intuíamos. Quizá no salgamos a la calle a quemar cajeros, pero la ira no desaparece. El enfado lo llevamos dentro y cuando alguna cuestión cotidiana nos recuerda la hipocresía y la dejadez que marca nuestra sociedad, podemos explotar a lo grande.
Relatos Salvajes es argentina -coproducción aparte. Está ambientada allí pero podría transcurrir tranquilamente en España. Perdón, no tranquilamente, sino encabronada. Y es que la película va de eso, de estar hasta las narices de transigir y un día soltar toda la rabia de golpe. Para ello, está compuesta por varios episodios, que si bien, como es natural, algunos son mejores que otros, mantienen un nivel muy bueno.
Derrocha mala leche, en cosas con las que nos podemos identificar todos. Pero sobre todo, tiene esa frescura y originalidad que es clave en la buena comedia. Si a esto le añades un reparto impecable, con Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia al frente, el resultado es una de las películas más divertidas del año.
La película habla de la tediosa burocracia, y la impotencia ante un sistema que nos aliena. Muestra el absurdo de la hostilidad en carretera, con la seguridad del coche como una cápsula de aislamiento. Plantea la marginación como una manera de perpetuar el odio. Habla de los pequeños villanos de la vida cotidiana. Y plantea los aspectos más falsos de las convenciones sociales acerca de la pareja. Todo muy cercano y por ello, claro, más divertido.