In the valley of Elah pasa por ser una película ciertamente oscura, bajo el pretexto de mostrarnos como se derrumban una serie de valores inamovibles en el fuero interno de una persona cuando los hechos pasan de ser inciertos a innegables. El director de Crash apadrina lo que se ha venido a denominar como nuevo cine americano, un celuloide más de autor (en este caso, de guionista) que nunca y en el que podemos enmarcar a gente como Clint Eastwood, que no por casualidad ha formado un tándem de lujo con el propio Haggis en películas tan sonadas como Million Dollar Baby. Cuando un guionista asume la labor de director, es lógico que su trabajo levante ciertas suspicacias. Pero lo más sorprendente de este trabajo es que Haggis no fracasa precisamente donde más cabría esperar, sino en la que es su especialidad.
Empecemos por lo bueno. A nivel de interpretaciones, la actuación de Tommy Lee Jones se lleva sin duda la palma. El actor realiza el que probablemente sea el mejor trabajo de toda su prolífica carrera, trasmitiéndonos a la perfección la figura de un padre destrozado por la desgracia de la muerte de un hijo, pero cuyas preocupaciones no han hecho más que empezar. Su rostro en algunas escenas lo dice todo. Tan portentoso es su papel que su sola presencia ya justifica el valor de la película. La contraparte del actor en el film, interpretada por Charlize Theron, hace un papel bastante destacable, pero queda inevitablemente ensombrecida por el trabajo de Jones. A pesar de haber obtenido en su día un Oscar otorgado más bien por su caracterización que por sus dotes interpretativas -Monster- Theron demuestra ser una profesional bastante solvente. La aparición de Susan Sarandon, una intérprete siempre estupenda, es tan breve que casi no podemos entrar a valorarla. No obstante, en el par de escenas en las que interviene, la mujer de Tim Robbins deja patente su veteranía. Los secundarios de lujo que intervienen en la película, en su mayor parte haciendo de militares, cumplen su función, aunque el papel del asesino del hijo de Hanck que interpreta Wes Chatham le viene un poco grande.
El desarrollo de la película es excesivamente frío. Se nota cierta destreza por parte de Haggis en muchas tomas, por ejemplo a la hora de dirigir la única escena de acción de la película o en todas aquellas en las que plasma de una manera eficiente las contenidas reacciones de su protagonista, esos momentos de incomoda calma en que dobla su ropa o deshace su maleta. No obstante, dejando a un lado esa lucha interna perfectamente recreada en el rostro del actor, muchos otros aspectos del film resultan demasiado austeros, como si con ello el director pretendiera hacer más realista su película. La plasmación de otras problemáticas como la de la discriminación laboral de la detective Sanders, es completamente circunstancial. Si a esto le sumamos una nefasta equivocación de conceptos a la que a continuación nos referimos, entendemos perfectamente el por qué In the valley of Elah es una película frustrada.
La exploración de los traumas que la guerra -en este caso de la de Irak- ocasiona a los soldados a su regreso a casa, un tema que el propio Tommy Lee Jones ya ha abordado en otras películas anteriores tales como Heaven & Earth, de Oliver Stone, o la menos conocida The park is mine, está tratada de una manera completamente equivocada, que se puede calificar amablemente de simplista. Parece mentira que un verdadero profesional del guión como lo es Haggis no halla puesto más cuidado a la hora de presentar al espectador una historia más creíble. Las recurrentes metáforas y la insistencia en el mensaje que pretende transmitir resultan pesadas, como la del cuento que sirve para dar titulo al film y que Jones (siempre magistral) le cuenta al hijo de la detective. ¿Hacía falta ser tan evidente? No me molestan los simbolismos, pero parece que al insistir en una misma idea de diferentes maneras durante toda la segunda parte del film, el director esté pensando que somos idiotas. Otro de los innumerables ejemplos es la escena en la que descubrimos el asesinato de la mujer que previamente acude a la policía, preocupada por el estado de salud de su marido y que -sorpresa- es también excombatiente de Irak. El plano final de la bandera invertida es la gota que colma el vaso.
Sin querer entrar en polémicas inútiles, si nos ceñimos a la visión del director, da la impresión de que el único problema de Estados Unidos sea solamente la última guerra en la que se ha embarcado. ¡Como si los numerosos detonantes de la violencia que asola cada rincón del país (por citar algunos, racismo, fácil acceso a las armas o desencanto social) se redujeran solamente al caso de los soldados americanos enviados a conflictos extranjeros! ¡Que visión más limitada! ¿Era necesario exagerar esa influencia hasta alcanzar aspectos completamente irreales? No resulta creíble en absoluto el relato del joven soldado cuando recuerda como acabó con la vida de su compañero y no me refiero precisamente al modo en que lo cuenta, algo que también puede criticarse. La crisis moral que termina de hundir los cimientos sobre los que se asienta la situación personal del hijo de Hanck también parece forzada. El director se ve obligado a meter de por medio la escena del atropello -curiosamente, el último video que recupera el informático del móvil del fallecido- para hacernos entender la naturaleza de ese cambio, dando por suelo con todas las aberraciones que anteriormente se nos habían mostrado.
La película se salva de la quema por el realismo de su recreación, una excelente fotografía y la buena factura de ciertas escenas, pero principalmente por la tremenda interpretación de Tommy Lee Jones. El suyo es un trabajo de Oscar. Por lo demás, contemplada como un thriller de investigaciones policiales, resulta demasiado torpe. No siendo esa su intención, la moralina que nos presenta Haggis es exageradamente simplista, alcanzado cotas de verdadera indignación que hacen decaer su contenido dramático. Probablemente, observada por el público norteamericano, la película consiga calar hondo en el corazón de la Gran America, pero mucho me temo que contemplada desde la imparcialidad del espectador europeo, su mensaje es tan terriblemente victimista como para no pasar desapercibido.