Crítica de la película Un conejo sin orejas por William Munny

Cuando veo que el guapo de Alemania encima de actor de renombre, sobre todo allí, encima se cuela entre los directores y les pone los pelos de punta con éxito de taquilla a base de comedia romántica, pues vaya, se me caen los ojos. Me intereso.

El guión sale de una colaboración del guaperas con otra osada y alegre mujer que se une y triunfa, hasta aquí todo un camino de asombro y rosas. Las dudas me llenan la cabeza, hasta el punto de pensar en los mismos casos pero de nuestro cine o incluso del estadounidense. Y entonces no confío en el producto final.

Probablemente su epopeya de marketing, la curiosidad de un producto tan lejano a lo normal en Alemania, y la inconfundible necesidad de exportar su cine, últimamente el infantil sobre todo en nuestro territorio de pantallas, hayan provocado una situación favorable a cuatro escenas coquetas y rápidas que hayan podido parecer un poco por encima del romanticismo de costumbre.

Puede que ácido en su guión en algún momento, feliz en muchos, curioso en otros, no sea más que otro ejemplo de hacer cine para todos pero que por agradar a esa totalidad se convierte en sencillo. Til Schweiger, dirigido por Quentin Tarantino en Malditos bastardos, es el responsable de una cinta, hay que recordar, del 2007 que posee estas referencias.