Sin duda, una de las características que más me han impresionado de la vida de Beethoven desde mi niñez es el hecho de que fuese un genio de la música, y, además, acabase sordo. Me interesaba de sobremanera lo que pasaría por la mente de una persona que se sabe genio de la música, nexo entre los hombres y Dios, en una época como el s.XIX donde aún la religión y el determinismo lo impregnaba todo.
Con absoluta admiración asisto a una recreación de lo que pudo pasar por la mente de Beethoven, y hace que, para mí, la película gane muchísimos enteros. Los pensamientos que cruzan la mente de Beethoven, así como el motivo oculto de dicha sordera me parecen maravillosos, y la película retrata de acertada manera aquello que llevó a Beethoven a componer, por así decirlo, música adelantada a su tiempo. Su copista se queja ante Anna Holtz de que Beethoven ya no compone para la gente.
Me ha resultado muy interesante la manera en la que arranca la película, con la fuerza de la Gran Fuga, con esos planos, montaje y sentimiento en Anna, que luego se descubrirá a qué se debe. Me ha parecido audaz, cuando lo lógico hubiera sido contarlo de forma lineal y cerrar con la fuerza de la Gran Fuga y Beethoven muriendo.
En el apartado interpretativo he de reconocer que Ed Harris está inmenso (incluso me gusta más que Oldman, pero yo creo que se debe al diferente papel que tienen que hacer). No ya sólo por su similitud física, sino por la cantidad de matices y registros que le ha aportado al personaje, y por saber dotarlo de la fuerza animal que tenía Beethoven.
Diane Kruger me ha sorprendido gratamente en su mejor interpretación hasta la fecha. Y, por cerrar este capítulo y dar paso al siguiente, están maravillosos en la escena del concierto de la Novena Sinfonía, la manera en que terminan dialogando entre ellos, con la cámara pasando de planos generales a otros más cortos con ellos de protagonistas, reyes en su mundo interior, y cómo la composición vuelve a destrozar cualquier muro y vuelven los planos generales para aplastar la escena con un torrente de aplausos. Esa escena se me ha pasado volando, pegado a la butaca, y con la carne de gallina, me han entrado ganas de aplaudir en la sala.
Porque mucha culpa de esa magnificiencia de la escena la tiene la dirección de Holland, que se ha mostrado con adjetivos mayores a sólida, retratando de manera diferente situaciones iguales como las discusiones entre Beethoven y Anna. Su cámara no parecía académica, no parecía que empezaba y terminaba escenas, sino algo mucho más visceral y animal de acorde con el contenido del film.
Lástima que esta película, como no podía ser de otra manera, tenga ideas claramente cogidas del genial "Amadeus" de Milos Forman. La escena inicial en el coche de caballos, por ejemplo, o, más claramente, Beethoven moribundo dictando su última obra, y el copista sin entenderla de primeras.
Sin embargo, una GRAN PELÍCULA, con una fotografía perfectamente elegida como contrapunto real al mundo de color y magia del alma de Beethoven y de la brillantez de su música, con grandes interpretaciones, y que, sobre todo, ha demostrado una lógica y coherencia interna que abruma.