Cuando, hace algunos años, nos llegó desde Japón una película titulada The Ring, occidente se rindió ante un nuevo tipo de miedo, intrínsecamente ligado al modelo narrativo nipón. En adelante, todos los países de su entorno han aprovechado el tirón para reversionar a su manera los temas clásicos de su propia mitología fantástica, hasta el punto de que estos nuevos mecanismos han terminado por importarse a las producciones occidentales. Por desgracia, el cine de terror made in asia ha acabado por caer en sus propios tópicos. Por eso, resulta cuanto menos complicado encontrar una película asiática de terror en la que se trate de aportar alguna cosa nueva. Epitaph -Gidam en su traducción al coreano- es pues un film de género con ciertas particularidades que hay que analizar con detenimiento.
El elemento más original de Epitaph es sin lugar a dudas la manera en la que está construida. Aunque en este tipo de películas de género es habitual recurrir a los flashbacks y a la narración no lineal, lo cierto es que el trabajo de los hermanos Jung se compone de tres historias distintas cuyo desarrollo tiene lugar en un mismo hospital, perfectamente diferenciadas entre si pero que en ciertas ocasiones se entremezclan. Por ello, es habitual que a lo largo de todo su metraje se vuelva una y otra vez a un mismo hecho, pero abordado a través de la historia de otro personaje. No obstante, se agradece que el conjunto tenga un cierto sentido y no se juegue con el espectador, como viene siendo habitual en este tipo de producciones.
La primera de todas es una historia de terror clásica en la que un estudiante de medicina termina unido en matrimonio a una difunta, a imagen y semejanza de lo que Tim Burton nos contará en La novia cadáver. Merced al acuerdo entre la madre de la fallecida y un monje, el compromiso se cerrará a espaldas del joven. Evidentemente, para poder cumplir sus votos, tendrá que pasar al otro lado, aunque sea en contra de su voluntad. En la segunda historia, algo más novedosa pero igualmente tópica, una niña, la única superviviente de un terrible accidente de coche, se ve acosada por el fantasma de su madre. Su paso a la otra vida se cobrará igualmente su precio en el médico que la atiende. La última de todas es quizás la más compleja, e incluye una curiosa historia de mujer sin sombra, asesinos en serie e ilusiones psicológicas. El golpe de efecto final puede sorprender a los novatos, pero lo cierto es que el film ofrece alguna que otra pista al respecto. Como en las otras dos, el elemento fantasmal termina por aparecer, aunque sea al cabo de los años. Con la muerte del último protagonista se cierra un epilogo que evoca el final de un periodo pasado, muy a lo Titanic de Cameron.
A pesar de estar estrechamente ligados, lo justo es valorar estos tres fragmentos por separado. A pesar de ser notablemente desiguales, lo cierto es que las inclusión de las diferentes historias consiguen mantener la atención del espectador de manera que un producto que corría el riego de caer en la repetición se convierte en una película francamente variada. Sobre la clasicidad de las dos primeras, sobran las palabras. El homenaje a Psicosis en la tercera es más que evidente. No solo lo hallamos en una serie de referencias visuales y sonoras bastante claras, sino que la propia historia de la transmutación de la doctora en el cuerpo de su marido recuerda sospechosamente a la de Norman Bates, que Alfred Hitchcock abordara en la que es una de sus obras maestras. La inspiración es tan evidente que no se puede hablar sino de homenaje.
Sobre los mecanismos típicos del género del terror japonés se han vertido ya ríos de tinta. Es, indudablemente, un género muerto, pero que en esta película se vitaminiza con algunas novedades que lo hacen algo más interesante. Así, a los consabidos efectos sonoros -no ya típicos del terror japonés, sino del género en su más amplio sentido- y visuales, se les suman otros tantos trucos más propios de las nuevas producciones americanas del estilo de la última versión de El horror de Amityville. Los coreanos son consciente no solo de las posibilidades que ofrece el cine asiático, sino también el occidental. Es cierto que el recurso al susto fácil es muy jugoso, pero la verdad es que funciona a la perfección y tampoco es que la historia se abandone por completo.
Los actores están correctos. Frente a la juventud de algunos de ellos destaca el buen hacer de otros como Kim Tae-Woo, Kim Bo-Kyung, Jin Goo y Lee Dong-Kyu, bastante creíbles a la hora de dar vida al personal del hospital y sus internos. Al contrario de lo que ocurre en muchas producciones del género, los asiáticos no descuidan en absoluto el apartado de los intérpretes, dejando que el espectador centre su atención en los diversos trucos visuales y estéticos. La presencia de actores japoneses, cuyas intervenciones solo se dejan notar en su versión original, da un toque propio al conjunto del reparto. De hecho, toda la película dialoga en segundo término sobre la relaciones de la época entre Corea y Japón, aunque este matiz pasará desapercibido para el gran público.
La ambientación de la película, que recrea una desconocida Corea de los años cuarenta, es fantástica. Un gran acierto a la hora de desbancarse de otros posibles competidores y que además da juego a introducir en la historia elementos como las menciones a la segunda Guerra Mundial. Otro punto a destacar es la fabulosa fotografía de la que hace gala la película en todo momento. Esas escenas a cámara lenta, acompañadas por una música sublime, a cargo de Park Yong-Nan, comienzan ya a ser un recurso que la cinematografía coreana reclama como propio. A pesar de que el encargado de este apartado sea Youn Nam-Joo, no hay que olvidar el currículum del uno de los dos realizadores como director de fotografía. Algunos de los planos de la película son en extremo preciosistas. Estéticamente, entra por los ojos. Se lleva la palma esa escena de la primera historia en la que una serie de puertas que se abren van desvelando el paso de las estaciones y de la vida que el estudiante y su esposa muerta ya no conocerán.
Epitaph es una aceptable película de terror que contiene además algún que otro elemento interesante. Lo original de su construcción en forma de tríptico, su fotografía y ambientación, hacen que se le perdonen defectos como su falta de ritmo y el recurrente uso a los citados mecanismos. Es un ejemplo del cine de terror que Asia tiene que hacer, a pesar de que no termine de superar sus eternas limitaciones. Los aficionados a este tipo de producciones, conscientes de los sempiternos fallos que las jalonan, podrán sobreponerse a tiempo, pero el aficionado tradicional encontrará algo más difícil hacer frente a sus numerosos defectos. Como película de género, da la talla.