Se podría decir que de nuevo más de lo mismo y bien, en la línea que suele seguir, fresco, extraño y radiante en momentos, con menos comentarios ingeniosos que de costumbre pero con ellos también.
El juego de personajes que son ingénuos y se lo dejan ser es una de las líneas que suele utilizar llevándoles a la sospecha, la crítica o el amor con guante blanco. Pero una cosas no ha cambiado en absoluto, son los ritos de sociedad en los que enmarca a sus protagonistas que dan vueltas por ahí con paso despistado pero firme.
Poco a poco, jugando al juego de Allen de no pasar nada pero pasar todo después de un hecho original, en este caso la muerte en forma de periodista intrépido, nos metemos en el rizo original del director haciendo creer para luego desmentirlo.
Sin esforzarse demasiado en la ambientación, guiñando un ojo a Londres y a Jack el destripador, utiliza a dos guaperas del cine para hacer una conjunción extraña pero que funciona decente, Johanson y Jackman. Ella bastante resuelta, lejos de su standar de niña guapa, y Jackman sin dar problemas, un alto sin complicaciones. Detrás de ellos, dando que hablar y sosteniendo el interés de cama Woody Allen, de nuevo exagerado, miedoso y agobiado que se quita del medio por una carretera, el lado erróneo de la misma, para dar una sorpresa mayor al final y redondear un film que se vale por sí mismo para agradar, como siempre, a los amantes de este estilo inconfundible. Aunque es verdad que le falta algo.