Paris-Manhattan es uno de los despropósitos más honestos que he visto desde el Pompeya de Paul WS Anderson. Las cartas sobre la mesa desde el minuto uno: esto es una carta de amor a Woody Allen y a su cine. La protagonista -cabe suponer que a imagen y semejanza de la directora, Sophie Lellouche, no lo sé- es una fanática del cine de Woody Allen y de su persona. Un gran poster en su habitación da fe de ello, especialmente cuando habla con él. El Allen de la pared siempre responde con alguna frase de sus películas. Y la película en sí se convierte en un gran homenaje a su cine.
Casi cada situación que vemos tiene
algún reflejo, más evidente o menos, en alguna de las películas
del genial cineasta. Para empezar, el hecho de hablar imaginariamente
con un personaje del cine que sirve de consejero es algo que vemos en
Sueños de un seductor. La elección entre hermanas de Hannah
y sus hermanas. La subtrama de detectives aficionados de
Misterioso asesinato en Manhattan. Y así un largo etcétera
que incluye pequeños detalles menos obvios. Pero sobre todo, busca
reflejarse en las características generales.
Cole Porter, museos de arte, relaciones
complicadas, humor absurdo, enfrentamientos sobre gustos, chistes de
pretendido ingenio y hasta una familia judía. Casi cualquier cosa
que pueda aparecer en las películas de Allen, especialmente a partir
de Annie Hall. Y no solo en cuanto a la temática, también a
nivel formal. Desde los créditos iniciales en blanco sobre negro,
hasta la música de jazz. Quizá el trabajo más meritorio lo veo en
las transiciones, que realmente se parecen, con cortes abruptos y con
escenas empezadas. Claro que no todo está tan bien reflejado.
La composición de los planos, la
fotografía, es vulgar a más no poder, y los movimientos de cámara
estropean cualquier intención de imitar a Allen. Ni un solo actor
tiene chispa y cuando hay momentos románticos la química brilla por
su ausencia. Hay besos que parecen bofetones. Algunos momentos que
pretenden ser mágicos resultan absolutamente rutinarios. El apagón,
los paseos, el estúpido baile de la sobrina con su novio, que ya
quisiera ser Todos dicen I love you. Y supongo que lo peor es
que los chistes, que efectivamente captan el tono del maestro, no
tienen ni puñetera gracia.
El resultado es casi aburrido, pero
debo reconocer que he atendido boquiabierto y con cierto sonrojo ante
tal desvergüenza de homenaje. Hay que tener ovarios para ponerse a
tiro de una comparación directa con las mejores películas de Allen,
no ya con una inspiración lejana, sino con una parodia muy directa.
Esa osadía mantiene mi interés. Es difícil captar donde pretende
tener su propia gracia o jugar a ser una película de parodias, lo
que se podría llamar una Allen Movie. Por otra parte, la
torpeza tan enorme pero tan bienintencionada y honesta, resulta
enternecedora. La película no pretende ocultar lo que es, y eso le
honra.
Pero vamos, que no hay por dónde
cogerla, más allá de ir captando las diferentes referencias a las
películas de Allen. Al menos en ese sentido, se salva el
aburrimiento de unos personajes con el encanto de un ladrillo.