Almodóvar juega con los tiempos con la
sabiduría que dan los años, contándonos una historia al comienzo,
de un científico que quiere recuperar a su mujer muerta a través de
la pura estética y el autoconvencimiento. Algo entre Frankenstein y Vertigo. Sin embargo, con el giro, con la vuelta atrás, la
historia que ya hemos visto toma otro significado bien distinto. En
cierto modo, el director se está volviendo un poco Tarantino, no
sólo en la manera hábilmente reordenada -que no desordenada- de
contar su historia, sino en la intención de tomar varios rumbos
diferentes (aunque Almodóvar, amigo de las tramas elaboradas, acabe
uniendo convenientemente sus historias).
También encuentro un paralelismo con
Tarantino en la forma en la que el director juega con varias fuentes
muy diferenciadas a lo largo de la película. Empieza con el ritmo y
la estética de una ciencia ficción actual, que se apoya también en
algunas piezas musicales electrónicas (sorprendentes en Alberto
Iglesias). La escena en la que la prisionera escapa y se corta el
cuello parece sacada del cine mudo, casi del Les vampires homenajeado por Assayas, con el fetichismo de la segunda piel
incluido, con un Iglesias completamente distinto. En el encierro, con
sus cadenas, con ese grotesco balde, es puro cine de terror japonés,
como si Miike hubiera venido a rodarlo. Polar, Giallo, noir puro...
un remix que ni el mismo Tarantino.
Pero que el director haya madurado y
sus películas sean más ambiciosas, no quiere decir que haya perdido
su esencia, y eso en esta película es más patente que nunca. En su
obsesión por el travestismo y el cambio de sexo ha ido aún más
lejos que nunca. No puede estudiar ya más de cerca la idea: alguien
atrapado en un cuerpo del sexo equivocado. Este planteamiento da
lugar a curiosas metáforas. El plano final, con la madre, que puede
resultar de primeras algo descafeinado, estoy seguro que a gran parte
del público le ha llegado de manera muy personal: es el momento de
confesar a la madre su realidad sexual -primero a una amiga, claro.
Por supuesto, esta fábula puede buscar su alegoría más allá de
los aspectos puramente sexuales y ahondar de forma más genérica, en
las disfunciones entre cuerpo y mente. Con esta película, el genial
cineasta podría cerrar su carrera como queriendo decir, "a esto
quería yo llegar", y es que fuera de la rocambolesca historia
fantástica, podemos también resumirla así: un joven de
provincias, trabaja en una mercería con su madre (la típica de las
de antes), le gusta la moda, se siente atrapado en el pueblo, flirtea
con las drogas y desaparece unos años. Vuelve convertido en mujer,
buscando el amor y la aprobación de su madre. ¿Es que puede ser
más almodovariano?
Un film retorcido, con personajes
enfermizos, que crea a momentos gran desasosiego. Que pasa del hortera más
atrevido de un tigre de acento brasileño enseñando el culo (esto
tiene que encantar a los Hidrogenesse y su Disfraz de tigre) a
una escena tan desagradable como la de la violación, con su lametón
deseoso y los dientes contra dientes, sin cambiar de personaje. Por
último, no me quiero olvidar de un enérgico Antonio Banderas que vuelve a sus mejores momentos, y una inquietante Elena Anaya que está perfecta dentro del papel (así como todo un reparto
impecable).