Sin duda, lo más interesante de esta
película es su ambiente malsano, el punto de vista del psicópata.
En este sentido, Michael Winterbottom no se corta a la hora de
mostrar de forma descarnada -que no siempre explícita- las
agresiones del protagonista. Se atreve a incluir elementos eróticos
mezclados con violencia sin marcar exactamente donde está la linea a
no traspasar. Sin duda, ayuda la valentía y eficacia de Casey
Affleck, que se atreve a llevar hasta el final su escalofríante
interpretación de sonrisa gélida. Desde luego, este actor está más
que dispuesto a afrontar interpretaciones arriesgadas.
El clásico desarrollo pulp, con un
argumento de mentiras, traición, venganza. Enrevesado como suele
ser, pero con la distancia de un espectador supuestamente versado en
estas cuestiones, la trama avanza rápido, con pequeños retazos de
información y algunas elipsis. Poca explicación, y unos flashbacks
para explicar la construcción del psicópata a partir de varios
hechos traumáticos, que también son sobrevolados con rapidez sin
remarcar demasiado la cuestión. Este acierto, sin embargo, debería
haber ido acompañado necesariamente de un metraje mucho menor. La
película se ralentiza un poco en la segunda parte, después de que
los momentos más relevantes ya hayan sucedido, y toma un camino algo
vacilante para terminar retomando la convicción en su recta final.
El tono de la película, es seco y de
estilo retro, con algunas escenas ambiguas, de corte casi mágico,
que parecen encontrarse en algún punto entre los Coen y David Lynch.
Los personajes de Bill Pullman y Elias Koteas parecen
habitar quizá en la mente del protagonista, vistas su extrañas
apariciones y su conocimiento íntimo del personaje. En cualquier
caso, una película viciada y enferma que si acaso falla en tener
demasiado metraje.