Crítica de la película Una Educación por Hypnos

El problema con el que me encuentro al salir de la sala de cine tras ver An education es que apenas ha dejado poso en mí. Hago un esfuerzo por comentarla con mis compañeros de butaca, entre los que se incluye Beiger, pero no afloran demasiadas virtudes.

La película es muy correcta en su realización, (salvo la cursilada del viaje a París) nada de Dogma como podía pensarse en un primer acercamiento pensando en su directora; la actuación de Carey Mulligan es correcta, pero lejos siquiera de un notable; la actuación de Peter Saarsgard es también correcta, en su clásico papel de tipo con aristas; y así, suma y sigue.

El principal problema que veo en esta película es su guión. La historia es la adaptación de una autobiografía, lo cual quiere decir, al menos a priori, que lo que se cuenta en la película le sucedió a alguien. Pero el caso es que no todo lo real es válido para la ficción, al menos no para una ficción que resulte atractiva. Termina la película y es difícil saber qué se quería contar. ¿Una radiografía de la sociedad británica de su época, una reflexión sobre la educación?

La película funciona como un parpadeo, y tampoco quedan demasiadas heridas sin cicatrizar en la vida del papel interpretado por Carey Mulligan. Es cierto que no cae en las estridencias, ni en el drama, pero, precisamente por eso, la película me resulta totalmente anodina. La familia de Carey Mulligan, el propio padre, interpretado por Alfred Molina, resulta ridículo por su torpeza, porque es difícil conectar con un tipo tan ingenuo y tan irreal, por muy real que fuese su referente.

Lo más destacable del film quizá sea el poso de asquerosidad que queda cuando uno conecta el momento del plátano a la hora de perder la virginidad y el de la mujer de Peter Saarsgard cuando le dice que no ha sido la única. La frialdad de quien ejecuta conscientemente dicha acción.

Tan fácil de ver como de olvidar.