El exorcista pertenece a una de esas series de películas que Hollywood insiste en exprimir hasta más no poder. Lógico, la propaganda resulta más barata, pues vende por el hecho mismo de pertenecer a una serie de éxito. Lo cierto es que en este caso la verdadera película de éxito es la primera, en la que William Friedkin participa de esa nueva forma de hacer cine en los 70 con menos presupuesto y más imaginación. Lo que viene después pertenece más a la serie B que a otra cosa.
Sin embargo debo decir que es mucho más gratificante para mí volver a ver la segunda parte, firmada por Boorman y vapuleada por el público (IMDB: 3,4 frente al 5,5 de la tercera entrega) y que me parece una película mágica con un ambiente genial y un miedo únicamente psicológico. Y digo únicamente porque no hay más, el guión es una patraña, pero disfruto con ella. Porque ya nadie puede contemplar los gargajos de la niña del exorcista sin esbozar una sonrisa. Ya no es un tema serio. Ahora hay que echar la casa por la ventana. Viajar al África más profundo en sueños y ese tipo de cosas.
A lo que voy: puede haber algo tras esta película. Digo puede. Es un riesgo y tenemos pocos boletos... pero puede. Podemos ver una orgía visual de la mano del director de “La jungla de cristal”, y Storaro (ya comentada su grandeza). Y a eso apuesto, fuera de historias bien hechas o cine serio, quizá pueda disfrutar con la película.