Cuando te encuentras a mitad de una escena diciéndote a ti mismo que debes borrar la sonrisa de tu rostro y dejar de hacer caso al tono ligero de la música es que algo funciona bien en la película. Sabe ser cínica, sarcástica y nos ofrece una sátira a momentos casi neutra, en la que uno no sabe muy bien que pensar.
Quizá se exceda en el chiste sexual a lo Bond de Roger Moore, con sus secretarias de tetas grandes y demás. Esto está un poco desfasado hoy en día. Lógicamente se puede justificar con el tiempo y los hechos reales en los que se basa la película, pero aún así, la incidencia del guión en estos aspectos resulta un tanto cargante. Vemos prototipos de hombres inmaduros, especialmente americanos, reuniéndose para jugar a la guerra y a matar rusos y uno se plantea hasta que punto es una chanza, lo cual estaría bien, y cuanto tiene de glorificación. Está claro que, ante la duda, cada uno que se quede con lo que más le convenga. Yo así lo hago.
La película gana mucho gracias a unos intérpretes muy afinados. Está claro que Philip Seymour Hoffman se sale en un personaje tan goloso que no podía sino bordar. Tom Hanks, en un papel muy a su medida, llena la película apareciendo y venciendo prácticamente en cada minuto del film. Pero quizá lo que más me llama la atención es la personalidad que consigue Julia Roberts con este personaje ambiguo, eso sí, no demasiado lejano de su registro habitual.
Un guión inteligente, ágil, respetuoso con el espectador y, creo que con la política internacional también, aunque a veces caiga, como decía, en un tipo de humor un tanto obsoleto. Hago una valoración final positiva aunque no creo que necesite mantener esta película en mi memoria demasiado tiempo.