Olvidad todo lo que habéis leído.
Olvidad para empezar a F. Scott
Fidzgerald y a su respetadísimo libro. Me temo que esta película
no va de eso. Las afinadas y afiladas relaciones sociales, la crítica
a la sociedad clasista, a la hipocresía, los sutiles trazos de los
personajes. Olvidadlos. Imaginad que Baz Luhrmann simplemente se ha
inspirado libremente o, mejor, que ni siquiera está adaptando esta
novela. Solo quedarán los rasgos básicos del argumento, el
asombroso y misterioso Gatsby, el esplendor.
Olvidad las críticas demoledoras que
habéis leído, procedentes de Cannes donde ha abierto la sección
oficial fuera de concurso; porque estas críticas se lamentan de una
adaptación vulgar de la novela, y por si no lo recordáis, ya la
hemos olvidado.
Olvidad el 3D, hace tiempo que está olvidado, de hecho.
Olvidad las convenciones de
ambientación de la época. Quizá la dirección artística exceda
los límites que permite el principio de siglo, porque realmente no
veremos una recreación de lo que realmente fueron esos años, sino
la representación de una idealización de un época dorada -de forma
tan evidente, que será literalmente dorada, a juzgar por su
fotografía. Esto no será On the Road, donde Walter Salles
milimetraba una atmósfera de los años 40 con una estricta banda
sonora con música del momento. Ni mucho menos. Luhrmann ha vuelto a
jugar la baza de la música actual, como ya hiciera en Moulin Rouge,
reuniendo a algunos de las estrellas del mainstream para jugar con
versiones con regusto a años 20. Genial la versión retro del éxito
de Beyoncé, Crazy in love.
Así que olvidad todo eso, disfrutad
del espectáculo, con un Leonardo DiCaprio crecido en el enigmático carisma de su personaje y una Carey
Mulligan adorable, en la que será probablemente una relación mucho
más convencional, más central y sin matices que en la novela, porque aquí solo
caben los sentimientos desbordados, la locura. La locura de esos años
20 que nunca existieron.
Y por supuesto, olvidad ahora mismo
esta precrítica.