Una segunda madre es una película, ante todo, ligera. Con una protagonista, Regina Casé, que derrocha naturalidad y ternura. Una de esas historias de sonrisa, que además resulta entretenida. Es también una película sobre las relaciones madre e hija, sobre la conciliación del trabajo con la maternidad, sobre el peso de una maternidad temprana. Esta cuestión se resuelve prácticamente con la escena del prólogo y quizá no aporta demasiado en su desarrollo posterior.
El fondo más interesante es el que se refiere a la conciencia de clase. La criada que tiene muy claro cuál es lugar y no lo cuestiona. La clase alta que se comporta con la arrogancia de unos derechos que cree merecidos -incluso sexuales. Y como elemento simbólico de esta distancia, la piscina. Un nuevo altar sagrado con barreras de cristal. No en vano, uno de los hitos emocionales de la película, el que hace cambiar el chip a la protagonista, impulsada por el nuevo punto de vista de su hija, es la transgresión de abordar la piscina. Quizá no está tan lejos de sentarse delante en el autobús. Antes de asaltar el cielo, hay que probar con cuestiones mucho más mundanas. Una segunda madre, detrás de su imagen naif, habla del cambio de mentalidad de la sociedad brasileña, liderado por las nuevas generaciones.