Estamos ante la enésima película de reparto coral: Eddie Murphy, Eddie Murphy, Eddie Murphy y Eddie Murphy. Como esta hemos visto otras, sí. En su momento se trataba de un género que incluso llegó a funcionar y consiguió hacernos reir. Pero hace tiempo que Murphy, máximo exponente del subgénero Murphy, serpentea dando bandazos de violento traspiés que únicamente le sirven para no caer. Algo que tendrá que ocurrir, antes o después.
Aquí ha intentado pensar, con frialdad, buscar algo a lo que asirse en busca de un mínimo resquicio de seguridad. "Elijamos a un director experto en el género", pensó. Alguien que ya haya trabajado con los Eddies Murphy. "Bien, llamemos a Brian Robbins, ¡ya trabajé con él en Norbit!" ¿Bien pensado? No, error, ¡mal!, porque Robbins dirigió a los Murphy ya en plena fase de decadencia irremisible. ¡Como que fue el año pasado!
Con este ducho director y el espectacular reparto coral, nuestro amigo Eddie se veía confiado: sus partenaires le transmitían confianza, sonriéndole con su propio rostro, y el director era mano conocida. ¡Atrapado en un pirado tenía que funcionar!
Y, efectivamente, todo ha salido como Murphy and the Murphys querían. Lástima que lo que ellos estiman que debe ser gracioso, desde hace ya bastante tiempo el público lo asume automáticamente con un "ah, entonces es que no lo es". Así, no sólo nos encontramos ante un film que no va a gustar; no, antes incluso que eso, es una película que directamente poca gente va a ver. No me la juego demasiado si adelanto que Atrapado en un pirado se va a hundir en taquilla.
Por lo demás, es una lástima hacerle ver a nuestro apasionado Murphy que su compañía de actores clones y su sonrisa artificial ya no tienen cabida en nuestro tiempo. Pero así es. Tranquilo, te recordaremos por lo que fuiste, Eddie -que tampoco fue tanto.