Un buen homenaje al cómic de aventuras y fantaciencia de antaño. Y con él a muchas películas de aventuras. Quizá si tuviera más de cada elemento al que homenajea la película sería mejor.
Los personajes son clásicos y están bien puestos, tienen cierta fuerza, pero no terminan de ser grandes. El reparto encaja a la perfección pero a todos les falta un toque de brillo, algo que despunte. Los diálogos intentan acercarse a los viejos clásicos, pero quizá por no atreverse con la licencia poética que se tomaban los guionistas por aquel entonces, se han quedado a medias, y no dejan de ser diálogos semiocurrentes de esos que plagaron las películas de aventuras en los años 80, flojos. Con un humor aderezado con lo más habitual (hasta tenemos al Sallah de Indiana Jones, levemente camuflado y muy descafeinado en el personaje del guía).
La película lo quiere dar todo, desde robots hasta el paraíso en el Himalaya, y mostrar mundos llamativos con marcadas inspiraciones. Portaaviones voladores y aviones que bucean. Quizá toda esta ambientación es lo mejor de la película. Uno quiere ver paraísos perdidos y máquinas imposibles. Con esta idea se podría realizar una gran película. Pero no de baratijo. Uno no puede evitar “ver” continuamente a los actores en el estudio, fingiendo que algo se les viene encima, o que miran a un objeto que evidentemente no está. Porque el chroma no es la panacea del cine, sino tan solo una herramienta poderosa para utilizar cuando se debe. Por ello, no deja de haber una barrera abstracta entre los actores y su entorno virtual, que ni el borroso de las imágenes, ni ningún truco pueda disimular. En definitiva, o se está o no se está, y aquí los personajes no están en otro sitio que no sea un estudio. Esto produce un conjunto de planos fríos, sin corazón ni emoción que no transmite la emoción.
No basta con situar al héroe y comparsa en cientos de situaciones de peligro y mundos sugerentes. Uno observa las situaciones tipo “el cartel luminoso va a caer sobre el avión” con indiferencia y con un interés eclipsado por engullir sus palomitas, pues el plano se resuelve con una fría animación por ordenador en el que el héroe esquiva el peligro con un perfecto movimiento de curva de Bezier. ¿Dónde están todos esos planos que faltan? Esos en los que ves el detalle del peligro, la casi imposibilidad de escapar de él, la hazaña del héroe, el momento cumbre... No hay tensión. Como en el plano robado de “Extraños en un tren” en el que Gwineth Paltrow mete la mano en la alcantarilla para coger lo que se le ha caído. Por más que aquí haya un robot gigante a punto de aplastarla, no produce emoción, mientras que su equivalente en Hitchcock resulta inolvidable. Quiere ser y no es muchas cosas. El hecho de que el planeta al completo vaya a ser incinerado produce una nimia inquietud. Insisto en que la gravedad de la situación no es proporcional con la emoción del espectador, de hecho, diría que no tiene nada que ver. Resulta infinitamente más emocionante ver a Marty McFly intentando regresar al futuro (donde ni su vida corre peligro ya) que la posibilidad de incineración de todo el planeta que vemos en esta película.
Bonito diseño (robots, máquinas, ciudades...) pero aventuras muy muy descafeinadas.