Ya advertía en mi precrítica que esta no era una película de amor, sobre el amor o una comedia romántica al uso. Si de verdad quieres se centra en todos esos hijos que le van saliendo al amor cuando todo es pareja, reglas, el deseo o la falta del mismo, la naturalidad en sí misma, los vicios adquiridos, el miedo a todo y a nada, la vejez inmediata, los sentimientos encontrados, la capacidad de decisión o la mismísima frustración. Me gusta este recetario con dos arrugados que están en plena forma que se dedican a interpretar y a comerse la cámara.
Su tonalidad es gris, no es amable pero es sincera. Incómoda. Va en dirección recta con el camino aprendido sin saltarse obstáculos y con convencimiento. A menudo la gran pantalla nos vende el antes y nunca el después. Y lo que es peor aún, el después del después. Una cinta sin envoltorio pero a su vez todo un capricho. Muy apetecible en estos tiempos cuando todo son dudas, escasas ganas de afrontar los proyectos o de continuarlos. La herida de tantos y que la voluntad puede solucionar. Muy bien planteada y tristemente terminada. Y digo tristemente porque el éxito o el fracaso no depende de la reconciliación sino de las necesidades. Aviso a navegantes despistados...