Danny Boyle. Ese irregularísimo realizador, capaz de tomar las mejores y las peores decisiones en un lapso de apenas 10 minutos, magnificar una película por momentos para lastrarla, el solito, al instante. Qué tipo tan interesante.
Sigo pensando que Boyle aún no ha hecho, a día de hoy, una película redonda, igual que pienso que su mejor película, por amplia ventaja, continúa siendo la temprana Trainspotting. En cualquier caso, es innegable que Boyle atraviesa una fase atractiva de su carrera y que viene en clara progresión. Su anterior película, Sunshine, fue un peculiar y personalísimo acercamiento a la sci-fi, plagado de grandes momentos y con un par de decisiones erróneas, tal como comentaba al inicio de esta precrítica.
Ahora pretende alcanzarnos con un título exótico, también cándido, intuyo. Tampoco me parece que se aleje de su estilo. Estoy convencido de que el Boyle visualmente frenético y directo seguirá estando ahí, al igual que sus habituales idas y venidas argumentales, sus baches, sus subidones.
Yo no espero esa película maravillosa y embriagadora que muchos señalan, pero sí un film estimulante, acertado, de nuevo irregular, de nuevo pleno de atractivo.
¿Si se llevará el Oscar esta misma noche? Eso es otro cantar...