Seré franco y sincero: no soy muy amante del cine sudamericano.
Sin embargo, no puedo evitar echar la vista atrás cuando leo el nombre de Alejandro Agresti, y encontrarme en la cola del Cine Príncipe, con una entrada de "El viento se llevó lo que", preguntando por la película vencedora del Zinemaldi de aquel primer año en que me acerqué al Festival, y comprobando que había sido, precisamente, esa película.
Desde aquel episodio, Agresti ganó repercusión y notoriedad en el mundo del cine, y yo, nunca más me atreví a seguir sus pasos con "Una noche con Sabrina Love", que si mal no recuerdo también pasó por el Zinemaldi, ni me apetece ver su "Casa en el lago".
Pero he aquí que esta película me huele a la soledad agridulce tan maravillosa de aquel pueblecito perdido en la Pampa que era protagonista de "El viento se llevó lo que", a un cine minimalista que se asemeja más a una tacita de café solo de Jamaica, amargo, de difícil tragar, pero de intensidad y sabor duraderos.
Estos motivos tan sentimentales me llevan a ir a un cine de hondo calado sentimental como el Trueba a ver un cine de corto sentimental.