Crítica de la película Gran Torino por Romulo

No es tan sencillo como parece trazar de manera clara la poscrítica (con su obligada y a veces complicada puntuación) de Gran Torino. Uno siente que en una película como esta hay un gran elemento humano y casi personal, porque llevamos ya varios años viendo envejecer a Clint Eastwood en la gran pantalla, y verle gruñir, sufrir, sentir, es algo que ya prácticamente notamos a flor de piel, como algo realmente cercano.

Con él en pantalla, con su rostro ajado, cuarteado, la visión fría de la película es mucho más difícil. Y más en una película como esta, de narración sencilla, de pincelada clara y directa, de planificación sincera: todo lo que importa en ella es el aspecto humano y la rabia, el dolor escondido años y años tras los ojos azules y los gruñidos de Clint.

Gran Torino no es la mejor película de Eastwood, ni siquiera una de las mejores, cierto, pero es una película de ritmo tranquilo aunque poderoso, doliente, tan sincera y cargada de una rabia honesta (más allá de los prejuicios racistas que pintan al personaje) que uno acaba por abrirse a ella, por sentir los golpes y por reir las puyas de manera sincera, más real que nunca.

Por eso nos creemos sin reproches que Clint suba al coche para conducir como el demonio hasta la casa de los miembros de la banda china, para apalizar a uno de ellos. Y por eso nos creemos mucho más, muchísimo más aún, esa decisión final, ese regalo póstumo a quienes finalmente han resultado ser su "familia".

Pero ante todo nos creemos a un hombre que solo ha sabido abrirse y sonreir a aquello que ha estado junto a él toda su vida, lo que ha conocido desde siempre, y nunca le ha fallado. Aquello que ha llegado de manera extraña, a mitad de su vida, incluso lo que él ha creado (sus hijos), le resulta extraño, no se adapta, no lo entiende, y acaba por sentirlo ajeno.

Gran Torino no es la mejor película de Clint Eastwood, pero es una película de Clint Eastwood. Es Clint Eastwood.