Cuando un país bastante alejado del circuito comercial consigue enlazar dos o tres películas de cine de género, hablamos de nueva industria. Es el caso de Nueva Zelanda. Tras el punto de partida fijado por Peter Jackson, un nutrido grupo de cineastas se han animado a seguir los pasos del director de la celebrada trilogía de El señor de los anillos. Uno de sus discípulos más adelantados es sin duda Jonathan King, al que encontramos aquí en el papel de co-guionista, una ver resarcido de su propia película, la interesante Black Sheep. Otros directores se atreven con propuestas a priori menos convencionales, como es el caso de La criatura perfecta, de Glenn Standring. Lo cierto es que, tanto en el caso de Peter Burger como en el del resto de producciones mencionadas, se adivina un innegable trasfondo comercial. Consciente de su potencial, Nueva Zelanda trata de exportar sus películas al resto del mundo. Por eso, a veces, ocurren cosas como esta.
The tattooist juega sobre seguro. El argumento de la película es de lo más clásico. La historia del tatuador, la maldición y la chica en peligro a la que preceden otras muertes son de lo más habitual en este tipo de producciones, pero en algunos momentos se nota que bajo este suelo de clichés del género subyace algo diferente y que no basa su personalidad en la mera ambientación. De hecho, hay ciertas pretensiones en ese interesante mosaico multicultural reunido en torno al mundo del tatuaje, la gente que se pasea por la película, las tradiciones de las islas del pacífico… Se nota que al director le interesan esos temas, pero no ha podido explorarlos todo lo que quisiera. Había que llevar el producto a las salas del resto del mundo y para eso hace falta lo que le sobra a la película: la tinta. El mundo del tatau, el arte samoano de los tatuajes, daba para mucho más. Ahora bien, es lo que pasa cuando se trata de explorar la materia desde un punto de vista a veces documental, como explicaremos a continuación.
En efecto, el error de The tattooist radica además en su enfoque. Con una fotografía excesivamente luminosa y realista, el film pretende aportar veracidad a lo que se nos cuenta. No casa para nada la apariencia nada cinematográfica del metraje con la historia del demonio de los tatuajes, a todas luces imposible. Por no ceder, ni siquiera se toma a broma una serie de situaciones que podrían dar mucho juego. El mismo intento de realismo se trasmite a las escenas sangrientas, los efectos especiales a medias luces y siempre velados, los momentos de tensión… Cuando acudimos al cine es principalmente para evadirnos. Si la intención del realizador era hacer un retrato fiel de una temática de maldiciones, no es esta la historia adecuada para ello. Muy hábil se tiene que ser para llevar una premisa tan absurda como esta con pulso firme y sereno, es decir, intentar vestir una historia fantástica con tintes de cotidianeidad.
Jason Behr y Mia Blake tratan de dar vida a una pareja sin química. El papel del actor parece ideado únicamente para lucir su esplendido cuerpo y hacer que más de una señora se muerda los labios en la sala, como de hecho ocurrió durante la proyección. El resto de secundarios y actores locales -Robbie Magasiva, Dave Fane, Aleni Tufuga, John Bach y Nathaniel Lees- siguen el mismo camino, tratando de aportar su buen hacer a una historia que no les hace ningún bien. De ahí salen una serie de diálogos enlatados, que tratan de alargar en extremo el argumento de una película que se puede resumir en tres líneas. Por mucho que se nos incluya la historia del joven tatuador y una serie de personajes que no vienen a cuento, como el de la chica asiática que provoca a nuestro protagonista, el hilo argumental es muy fino. Tras los poco efectivos y convencionales sustos, llegamos al final, que aprovecha el único elemento externo de la historia. Tratando de dar una vuelta de tuerca al asunto, nos hallamos al final con la típica historia del asesino cazado y la venganza que se cumple desde ultratumba. ¿Cuántas veces hemos visto este desenlace? Demasiadas.
Curiosamente, The tattooist es una película que trata de apuntarse al carro tardío del cliché del cine de género japonés, aunque lo camufle bajo una apariencia de misticismo exótico que no engaña a nadie. Al film de Peter Burger le falta alma y empeño. El espectador menos atento necesita poco para desentenderse del destino de sus sufridos protagonistas, pero incluso los más pacientes acaban cediendo ante el insufrible tedio que rodea la historia de los tatuajes malditos. Los importantes vacíos argumentales terminan de dinamitar las pocas virtudes del conjunto. Como ya hemos comentado en otras ocasiones, la industria del cine fantástico y de terror made in Nueva Zelanda trata de camuflar bajo un halo de exotismo propuestas innegablemente convencionales. The tattooist lo es, pero es que además es una película tremendamente aburrida.