Hay ciertas cosas de las que los argentinos deben olvidarse de una vez por todas y creo que la que encabeza el top-ten es el actual showman Diego Armando Maradona. Que ya huele. Y que sea sólo la excusa para contar una historia no me es suficiente. Bórrenlo, guárdenlo entre sus videos de los mejores partidos del barrilete cósmico. Enterrado, por lo menos para el cine y vean su estúpido programa de variedades. Sospecho que después de este párrafo tendré miles de enemigos declarados.
Dejando esto a un lado, seguimos. Carlos Sorin es el director y ya se ha dado algún paseo que otro por el festival: “Historias mínimas”, “Bombón, el perro”. Se dedica a rodar pequeñas historias (valga el título de la primera) como se suele decir sobre cosas de la vida. Vamos, dicho de otra manera, hace cine argentino.
Esto no es bueno ni malo ni todo lo contrario. A mí, después de una cierta dosis me aburre, pero oye, a mí. Veo a mi alrededor gente aplaudiendo con las orejas y oigo cosas como “que película más fresca”, “como la vida misma” o quizá “ha sabido retratar perfectamente la realidad de argentina”. Señores admiradores del pelusa, yo me aburro.
Hay que decir que parece que Sorin es bueno en lo suyo, y es que por mucho que venga a ser lo mismo de siempre puede ser lo mismo pero bien o lo mismo pero mal. Así que con la esperanza de no quitarle el público que merece esta película, sabiendo que habrá gente que la disfrute, yo no le doy mi voto de confianza.