Ralph Fiennes se enfrenta a su segunda película como director y confirma su condición de actor-que-dirige más que de cineasta. En su ópera prima adaptó a Shakespeare: Coriolanus. Ahora, nos cuenta un pasaje de la vida de Charles Dickens. En definitiva, dos pilares de las letras británicas, relacionados con el teatro. Dos elecciones más que obvias en las que el actor parece haber buscado el vehículo más cómodo para su propio lucimiento delante de las cámaras, mientras detrás, procura que todo sea aceptable, correcto y tremendamente académico.
Otros actores han probado suerte en la dirección con metas más autorales. Pienso en George Clooney, que empezó adaptando un atrevido guión de Charlie Kaufman (Confesiones de una mente maravillosa) y que no busca en sus películas su propio lucimiento. Recientemente, un caso muy irregular pero valiente es el de John Turturro y su Aprendiz de Gigoló. No es así en el caso de Fiennes, que no parece haber querido aportar nada especial como director (al menos, está claro que no lo ha conseguido), sino simplemente tener el control de un caramelo como protagonista.
Una adaptación de Abi Morgan, completamente al uso de una novela de Claire Tomalin. Me temo que esta guionista está más para dar una apoyo sólido que para llevar la batuta. Aunque el problema ya está en el mismo fondo: la historia no interesa. Se plantea como un historia real a la altura de las propias novelas del autor, incluso se busca en alguna ocasión relacionar la escritura de Grandes Esperanzas con las vivencias de Dickens. Ni una cosa ni la otra. Los hechos responden al más común cotilleo rosa. La relación con la novela está buscada con ganas, pero de ninguna manera encontrada. No encaja. Así que, el recurso más agradecido -y manido- de los biopics de un artista, ni siquiera llega a cumplir.
Lo que tenemos finalmente es una historia vulgar, filmada con una factura correcta y sin demasiada alma. Una interpretación vistosa de Fiennes pero sin demasiado interés, y un desarrollo que a duras penas mantiene el interés. Todo muy acartonado por esa cargante reverencia a los intocables de la literatura.