No soy demasiado fan de la primera
entrega de 300, pero al menos, hay que reconocerle tres cosas.
En primer lugar, la relativa sorpresa de propuesta técnica, y digo
relativa porque ya habíamos visto Sin City el año anterior.
En segundo lugar, tener una idea clara: 300 espartanos resistiendo hasta la muerte. Y lo que
más me interesó: un estilo coherente, que aunque algo hortera y
cargante, plasmaba en la pantalla las características imágenes del
cómic de Miller, por su composición, por su tono, por sus recursos.
300 apestaba a Frank Miller, para bien y para mal.
En la secuela, no encuentro nada de
eso. Está claro que ocho años después no vamos a sorprendernos por
las capacidades técnicas que ya hemos visto en un montón de
taquillazos. Eso es normal. Era de esperar también que con un
director sin ningún currículum a los mandos, no íbamos a tener
muestras de talento visual. Noam Murro -este es el nombre que
debéis olvidar- se dedica a usar todas las posibilidades técnicas
sin conseguir un solo encuadre digno de recordar. Ya no se aprecia el
estilo gráfico de Frank Miller. De hecho, no se aprecia ningún
estilo en absoluto. Solo un conjunto de efectismos sin alma que son
pura rutina. Además de unas concesiones continuas al 3D que se
traducen en salpicar al espectador de sangre y agua.
Aunque quizá lo peor es la otra cuestión: la idea clara. Aquí tenemos un guión perdido, que no se sabe muy bien qué historia nos quiere contar, si una precuela como parece indicar su título, o una historia en paralelo. La batalla avanza, pero no hay ningún tipo de desarrollo dramático y esto hace que la película se vuelva tediosa. Además, las cuestiones estratégicas, ensenciales en una película que se centra en una batalla histórica, están también difuminadas. Ni se explican bien, ni se muestran bien. Los enfrentamientos son visualmente confusos, las formaciones, los ataques. El director tampoco muestra ninguna capacidad para transmitir esta información.
Lo cierto es que no hay nada a lo que agarrarse, tampoco al reparto. No es que aquí haga falta una interpretación de Oscar, pero es que Sullivan Stapleton no tiene ni presencia ni carisma. Eva Green que es una actriz decente, aquí tiene momentos sonrojantes. La tensión sexual entre ambos es de risa. El personaje de Jerjes, en la línea Drag Queen que ya conocíamos, si cabe, más acentuada. Y se puede decir que no hay más personajes -me niego a tener en cuenta como tal a la tontorrona relación padre/hijo. Solo hay un conjunto de cachitas de gimnasio. Las líneas de diálogo son de una indigencia que incluso sorprende.
En definitiva, un verdadero desastre en todos los sentidos.