Puede que a priori, como ya dije en mi precrítica, este título tan declaradamente cursi pudiera gozar de un rechazo preliminar por mi parte un tanto injusto. Pero hacía tiempo que no quedaba tan maravillado por la sutileza y el encanto de una historia tan a flor de piel, expresión que le viene que ni pintada literalmente a una consecución de escenas que deja exhausto y embriagado a la vez, con una gran banda sonora y una proximidad exacerbada a las sensaciones de los personajes que tiene lugar en pleno campo. Y es que es un festival para los sentidos ver como se pasa de una luz que casi se puede palpar a un expresivo granulado o a perseguir a una perseverante cámara por las estancias de una casa señorial. Y todo ello con un gusto y tacto especialmente envolventes, que te transportar a un estado entre soñar despiertos y un deseo desbocado.
El retrato de la burguesía milanesa, sus mansiones, las idílicas localizaciones campestres y una música que lo acompaña todo magistralmente, unidas a una Tilda Swinton apoteósica, son los ingredientes básicos de un manjar delicioso. Me ha sido imposible no recordar Como agua para chocolate en esa escena dónde la comida era el detonante de una explosión de pasión y éxtasis. Se puede observar como el deseo crece entre los personajes principales mientras los otros tejen alrededor los hilos que les atan a la rutina, sutil pero implacablemente.
Luca Guadagnino puede convertirse en un sucesor de los grandes maestros italianos. Le seguiremos la pista, se lo ha ganado.