Recibámosle con algarabía porque es el más firme candidato al puesto vacante de hombre cercano a la perfección. Digo yo. Porque los argumentos con los que tiene loquitas a las féminas, ya los conocemos muy bien de boca de ellas. Esos son irrebatibles. Pero es que ahora, para sorpresa de algunos y para satisfacción de quienes veníamos defendiéndole y avisando desde hace un tiempo, el bueno de George se empieza a destapar como una figura artística de primer nivel. Repito, venía en el camino, lento pero firme. No podía fallar.
Vamos, que el chico es guapo, listo y, para colmo, arriesgado. Ya como actor está empezando a dotar a sus trabajos de un nivel intachable, pero es que además se arriesga. Hace tiempo que dejó atrás Peacemakers y similares tonterías (¿qué coño pintaba Nicole Kidman también en esa chorrada?) y ahora su desparpajo, despreocupación y compromiso se extienden a su incipiente carrera como director.
Porque me imagino que Clooney podría habérsela jugado empezando con cosas más sencillas, de corte más seguro, más comercial, con más tirón y, de paso, ponerse el primero en el plantel, que su jeta tira mucho en taquilla. En su lugar, se reserva un rol secundario y le regala un protagonista de aúpa a David Strathairn (este sí un habitual secundario).
La película hay quien la etiqueta como thriller político. Veremos. Pero yo no me veo que la cosa vaya a ir por ahí. Háganme caso o no, pero luego acuérdense. Con el senador McCarthy (sí, ese, ese, ese en el que piensan) en el punto de mira, Strathairn encarna a su acérrimo enemigo, el periodista Edward R. Murrow. O mejor dicho, uno de los millones de acérrimos enémigos que McCarthy tuvo a bien tener en su vida. Y ya digo que de thriller nanai de la China; yo imagino un Clooney más frío, más objetivo, y más acorde a su protagonista: cai periodístico.
De tonto, Clooney no tiene un pelo; sabe donde se mete, no en vano es hijo de periodista de televisión.
Así que, buenas noches, Mr. Clooney, y buena suerte.