En líneas generales, Milk da lo que se le exige a un biopic: ritmo, emoción y concisión. Al público hay que decirle lo que está haciendo el protagonista, el por qué y, sobre todo, no agobiar ni marear con motivaciones que rompan dicho ritmo. En esto Milk funciona, porque gracias a la voz en off, a ese testamento radiofónico de Harvey, el espectador puede seguir lo convulso de una época que asombra por el contenido de los debates planteados, por su realismo, y, sobre todo, porque todo esto sucedió, no hace un siglo, hace sólo 30 años.
El problema, mi problema, no es otro que sentirse ligeramente decepcionado por no tener nada más que el guión esperado, máxime teniendo detrás a ese ecléctico artista que es Van Sant, que juega a esa doble vida de enfant terrible con gaseosa en la industria, y de insobornable creador fuera de ella. Uno echa en falta a lo largo del metraje que imprima su carácter a lo que rueda con cierta gracia, pero con la etiqueta de lo correcto. Sólo hay una vez en la que se desata y sale de ese armario de corrección, y me refiero a la secuencia del asesinato de Mostone y Milk, cuando destapa en cierta manera el tarro de las esencias, desde la representación de Tosca hasta la última mirada de Harvey a cámara, de rodillas, ante su ejecutor. Uno sonríe reconfortado al ver el recurso de los travellings por los pasillos de Elephant cuando Brolin va a la caza de Milk.
Por lo demás, una película en la que sobresale con fuerza poderosísima Sean Penn con una interpretación maravillosa y de una fuerza y matices como hacía tiempo no nos brindaba. No es “su” papel de personaje atormentado, que tan bien hace y que tanto aburre, son los gestos, es esa voz que pone en la versión original. Inmenso. El mismo aplauso merece un James Franco irreconocible por la calidad de su actuación. Así como un Josh Brolin que encarna de una manera muy sutil a la parte de sociedad estadounidense que enterró Milk. Porque la política es una cuestión de carisma.
¿Es la película del año? No. Pero es que cuando uno no tiene la capacidad de Scorsese para trascender del biopic como en El aviador; o la destreza de Miller para cambiar el prisma en Capote, pues uno se queda en la corrección. Por el camino, como en cualquier biopic, se quedan muchas cosas en el tintero. Pero ésta no era una película de morbo, sino un canto a la esperanza en un tiempo muy necesitado de ella.