Lo que ha conseguido este personaje de nuevo, a pesar de los pesares, es demostrar que es uno de los grandes, inolvidable, y que además puede sacar adelante un film sin perder de vista las referencias que le han hecho llegar hasta su lugar. Basada en ese ritmo melancólico y precioso de la primera película en un recorrido moderno pero que mantiene el regusto de esas calles antiguas, con sus gentes de corazón grande y valores crecientes, el film nos traslada al drama con garantía y entusiasmo, tratando de hacerse con el favor del público con el ejemplo del mejor Rocky chistoso y algo tontorrón.
En esencia no se pierde demasiado de cuanto se recuerda del eterno boxeador, y esto es un acierto a la hora de ser más justo con una historia que no da para mucho más pero que no se conforma con ser comercial e indaga en las necesidades del retorno, a través de un hijo, de los recuerdos y del sótano que recuerda cuanto fue y sigue siendo a pesar de los años. En definitiva un rescate muy digno del personaje, con una voluntad enorme por cuadrar sus anhelos, muy creíbles en medio de la intención de sacar pocos primeros planos del astro Sylvester Stallone, y con una vitalidad de cámara y montaje que la catapultan más allá para hacerla pasar por la alfombra roja con un merecimiento total.
La épica final, no tan épica como se pudiera esperar, forma parte de lo que el público necesita y de lo que el padre ha vuelto a conseguir con sus divagaciones sencillas de hombre humilde, un hueco entre los grandes, para demostrar cuanto es y cuanto merece. La película consigue a la vez también el puesto honrroso que trata de alcanzar con trabajo y esfuerzo, la mirada atenta del espectador y el ánimo silencioso por ayudar a un gran tipo. El film no es una excusa sino una intención lograda ante una historia, que aunque muchos quieran renegar de ella es tan básica y esencial en el cine como pocas. Es Rocky y esta vez también da la talla.