Desde lo pequeño, lo cotidiano, el
detalle, Margaret va creciendo hasta demostrar su verdadero
rostro, el de una película absolutamente ambiciosa, con vocación de
ópera urbana, que se adentra en lo más hondo de la miseria humana
durante unas largas dos horas y media.
Es, en cierto modo, un Woody Allen de
gesto serio. Su New York es la misma, quizá algo más sucia, más
realista, más triste. Pero sigue estando repleta de snobs ingenuos,
de judíos agrios y susceptibles, de cultura y de prepotencia.
Algunos chistes parecen firmados por el propio Allen, como el de la
pretenciosidad del "¡brava!". La contraposición New York -
Los Ángeles. Las conversaciones atropelladas, el teatro, la ópera.
Kenneth Lonergan consigue aquí una disección cínica con
brotes de humor de sus personajes, distribuidos en sectores claves
(profesores, actores, abogados, artistas, obreros), pero su intención
va más allá, tiene un poso mucho más dramático.
La rabia de la impotencia de la
protagonista se cocina a fuego lento, acompañada de una buena dosis
de inmadurez que desaparecerá, por las malas, en una poderosa
catarsis en plena ópera. Quizá el punto más interesante es
precisamente esa condición de ópera, con tragedias y efectismo
dramático, que se mezcla con un tratamiento realista de personajes,
situaciones y diálogos. Un equilibrio realmente difícil que se
consigue aquí con maestría. Por otro lado, nos apoyamos en un
montón de personajes irritantes, cada uno a su modo, complicando la
identificación, lo que siempre es una opción arriesgada, que
nuevamente, se resuelve con éxito. Tampoco es una decisión cómoda
la de cargar el punto de vista en ciertos hilos en detrimento de
otros que están sesgados, algo inconclusos (como el tema del
embarazo), pero al restar importancia a ciertos caminos, se
convierten en un creíble contexto que aporta riqueza a la película.
Es esencial tener unos buenos
intérpretes, y aquí tenemos unos secundarios de cierto caché que
funcionan muy bien (si nos creemos que Jean Reno es colombiano).
Mención aparte para el impecable Mark Ruffalo que es capaz de
aportar un universo de matices hiperrealistas a su personaje, y
cierta mirada dulcemente intimidatoria que expresa más que muchos
actores con diez líneas de diálogo. Anna Paquin, afina un
personaje irritante y agotadoramente pasional. En conjunto, todos los
personajes, cargados de defectos y equivocaciones, están
interpretados con buen pulso.
Una película para saborear con calma,
y que salvando algún desliz con tópicos (la turbia relación
profesor alumna, por ejemplo) y algún clímax algo forzado (la
última conversación en la oficina del abogado, con la académica
confesión), satisface con una sensación de obra completa.