Si hay algo que define a la nueva entrega de X-Men es el equilibrio. Lo encoentramos en muchos aspectos diferentes. En el tono, en el argumento, en la estética. Esto contrasta con la mayoría de películas de superhéroes, en concreto de Marvel, que nos tienen acostumbrados a resultados que siempre cojean de alguna pata. Está claro que el regreso de Bryan Singer -quién había dirigido las dos primeras entregas- ha sido muy positivo. Sin ser un cineasta especialmente talentoso, Singer es un storyteller muy inteligente, que ha sabido reconducir el rumbo de la saga, tanto argumentalmente como, sobre todo, en calidad. Hablo del director al final, pero primero veamos cuáles son esos equilibrios que hacen de esta, posiblmente, la mejor película de Marvel.
Devuelve el equilibrio al argumento
Es algo relativamente normal en el
mundo del cómic, reiniciar el universo. Las ramificaciones y los
callejones sin salida que no permiten una continuidad satisfactoria
(desde el punto de vista comercial) obligan a hacer borrón y cuenta
nueva, de alguna manera más o menos creativa. Y aquí está la
oportunidad perfecta: viajes en el tiempo. Es de agradecer que la
premisa fantástica que rige las normas de los viajes y sus efectos,
quede bien definida desde el principio y la historia se desarrolle de
una manera perfectamente coherente con ésta. Equilibrios comerciales
aparte, lo cierto es que el argumento está suficientemente centrado
y bien formado para mantener el interés de principio a fin. Incluso
deja un poco con las ganas de conocer un poco más de ese mundo
distópico.
El equilibrio en el reparto
Otro efecto de este planteamiento es
poder contar con los personajes jóvenes y los mayores al mismo
tiempo. Esto hace que el reparto sea envidiable, con algunos de los
mejores nuevos actores como Jennifer Lawrence, Michael
Fassbender o Ellen Page; presencias tan carismáticas como
las de Ian McKellen o Patrick Stewart; secundarios de lujo como Peter
Dinklage o Anna Paquin; y por supuesto, la estrella Hugh
Jackman. Quiero señalar también a James McAvoy, al que
considero un actor de tremenda personalidad.
Equilibrio en el tono
En la interminable lista de películas
de superhéroes recientes vemos tonos extremos. Algunos pecan de
comicidad infantil, tontorrona; otros buscan el lado dramático, con
un planteamiento tan básico que solo consiguen aburrir. En X-Men,
los personajes importan. Sufren, tanto por las dificultades que deben
superar como por la lucha interna. Son vulnerables y
el peligro resulta real. Por otro lado, no se carga las tintas del
dramatismo y hay momentos de humor y ligereza. Por ejemplo, la escena
en la que Mercurio se pasea a gran velocidad al paródico son de Time
in a Bottle. Por un lado, no hay una pretensión de drama serio;
por otro lado, los personajes tienen el suficiente fondo para que la
película interese.
Equilibrio en la acción
Los efectos digitales hoy en día, nos
permiten ver cualquier cosa. Por eso, muchos directores abusan y nos
aburren con grandiosas secuencias espectaculares. Aquí la acción es
espectacular pero no porque sea aparatosa. Las peleas son rápidas,
de una agilidad que te obligan incluso a pensar en ellas, como por
ejemplo con las peleas a través de portales. Tampoco faltan imágenes
icónicas para el recuerdo, como la del estadio y la casa blanca.
Equilibrio estético
Las películas de Marvel tienen todo
tipo de propuestas estéticas. Pasan de decisiones coloridas de pura
animación digital a estilos modernos de cámara en mano
presuntamente serios. A veces fuerzan la imagen de postal, como es el
caso de la facilona estética 40s de El capitán América. En
este sentido, Singer encuentra el punto exacto. La ambientación
setentera está conseguida, por supuesto en cuanto a vestuario y
demás. Utiliza una selección musical adecuada pero no evidente. Y
sobre todo, juega con las texturas, con algunas imágenes grabadas en
Super-8, haciéndolo coexistir con los efectos digitales. Para las
imágenes del futuro consigue una fascinante distopía oscura, con un
enemigo impersonal. Plantea una tiranía futurista a medio camino
entre el gueto judío y la alienación tecnológica.
Sobre el director, Bryan Singer
Singer es el director de las dos
primeras entregas, películas muy aceptables. Desgraciadamente, se
bajó del tren en la tercera, para dirigir ese desastre llamado
Superman Returns. Se dio a conocer por ese clásico
instantáneo que fue Sospechosos habituales. Y uno de sus
mayores logros fue crear la serie House, llevando el mundo de
Sherlock Holmes al ámbito de la medicina. Precisamente algo de House podemos encontrar en esta película. El conflicto del joven profesor
Xavier, con su adicción, con sus piernas. Singer no ha dudado en
usarlo descaradamente y funciona muy bien.
Y es que ante todo, Singer es un narrador inteligente. Sabe lo que interesa y lo que no, y lo cuenta con soltura y sin tiempos muertos. La película avanza sin trucos, sin parches, sólida y bien construida. También es de agradecer que, pese a la complejidad argumental, apenas se recurre a explicaciones redundantes. No se trata de estúpido al espectador, que hoy por hoy, después de ver ejemplos de blockbusters como Godzilla o Al filo del mañana -por otra parte defendibles- donde se ha de explicar cada detalle, es todo un logro.