Tengo la extraña sensación de que Danny Boyle sigue estando en el comienzo de su carrera. Y no porque le quede mucho cine por delante, que ojalá, sino porque sigue filmando con ese brío y ese impulso eléctrico de quien comienza a firmar sus primeros trabajos pero, a su vez, tristemente sigue cometiendo pequeños fallos de juventud.
Y no debiera estar Boyle anclado todavía en esa irregular fase iniciática cuando ya lleva varios títulos a sus espaldas. Pero parece costarle dar el paso definitivo, ese saltito de madurez que podría acabar por otorgarle el pulso necesario para realizar una película redonda. Con Sunshine, sin ir más lejos, tenía material para hacerlo. Prueba de ello es que, teniendo en cuenta algunos de sus pequeños problemas finales, la película es tan interesante como moderadamente compleja a la par que siempre entretenida.
Hasta tal punto pretende Boyle no caer nunca en el error de aburrir, quizás el mayor de los errores en esto del Cine, que se nos acelera por momentos y acaba por pintar a sus personajes más con dos o tres brochazos gordos un tanto pobres que con verdadero mimo. El problema es menos evidente cuanto que hay uno o dos personajes que sí acaban por merecer más interés por parte del director y su guionista, y el espectador acaba por aceptar que esta vez tendremos que ir de la mano con ellos. O con él, más bien; me refiero al personaje de Cillian Murphy, ese enigmático actor al que no dejo de aplaudir desde que lo descubrí en Batman begins.
De aquí en adelante Sunshine camina por un tramo frenético que avanza por escenas dramáticas, de suspense o incluso casi de pura acción y lo hace, no hay por qué negarlo, acercándose por minutos a una narración casi perfecta. Todo in crescendo hasta llegar a un descubrimiento presentado con un pasmosa tranquilidad por Boyle, en un diálogo lento, con mucho silencio entre réplica y réplica: Es la constatación por parte de Ícarus de que hay un quinto pasajero. Maravillosa sorpresa que, lástima, da lugar a la mayor lacra de Sunshine.
Ese comandante de la Ícarus I reconvertido en fantasmoide endiosado y psicópata tuerce la película a una suerte de escenitas de pura factura serie B que despistan al espectador (o al menos ese fue mi caso) y que desmontan el tono mayor, mayúsculo, superlativo, que Boyle estaba consiguiendo en los minutos precedentes. Las escenitas del fantasma apixelado atacando a los tripulantes acaban por resultar un caos de montaje estúpido que llena la pantalla de ruido, explosiones y furia vacía, un follón que sólo "sirve" para que no nos impacte tanto el fuego, el ruido y la bellísima furia final. Una pena. Esa mano tocando el Sol. Esa mano en la que únicamente debió pensar Boyle en el tramo final de su película. Mejor le hubiera ido.
Es una pena, decía, una lástima enorme, que Danny Boyle sea todavía incapaz de controlar estos detalles, incapaz de controlarse a sí mismo. Una lástima no tanto por él, sino por la película que ha desaprovechado.