Dice Bela Tarr que esta es su
última película. Si es así, no ha podido buscar un mejor final,
con su cine más condensado y con toques apocalípticos. Me es
difícil valorar esta película, pues me ha resultado soporífera,
pero por otra parte de una intensidad impresionante, más que algún
otro trabajo del director.
Sirva de ejemplo el primer plano, que
es un plano secuencia con el carro contra el viento. Aparte del
mérito técnico, en el que no quiero entrar, la imagen resulta
poderosísima, una de las mejores piezas audiovisuales que muestran
la lucha contra los elementos. La música contundente, el viento
implacable, los contrapicados que recogen en primer término la
cabeza del caballo y al fondo al granjero. Y todo ello en un
exquisito traverling sin cortes, plasmado en un potentísimo blanco y
negro. Quizá es lo mejor de la película, aunque hay que reconocer
que incluso la hija vistiendo al padre tiene su punto desde la mirada
terrible de Tarr. Sacar agua de un pozo jamás fue tan terrible.
El problema es que la película dura
dos horas y vente y el argumento se nutre por poco más que un
borracho profiriendo insensateces. Si me planteo el film como un
conjunto de piezas audiovisuales artísticas es excelente, y me
encantaría encontrármelo en una sala del Moma. Si me lo planteo
como una película que pretende captar mi atención en una butaca
durante más de dos horas, el resultado deja mucho que desear.
No voy a juzgar lo que es, deja de ser
o quiere ser. Las cartas están claramente boca arriba, que cada uno
la disfrute como pueda.