Frente a las numerosas producciones independientes que, cada vez más, van cobrando fuerza en las carteleras de todo el mundo, a un servidor le gustaría reivindicar un cine de palomitas inteligente. De un tiempo a esta parte, las producciones que buscan el mero entretenimiento del espectador están de capa caída. Muchas de ellas se enfrascan en incompresibles pretensiones intelectuales que, más que mejorar el conjunto de la obra, la lastran con sus incontables errores. Pero incluso esos otros productos que se centran en entretener a la persona que paga su entrada parecen haber olvidado los mecanismos que Holywood tan duramente ha asentado para atreverse con otros menos efectistas. Por eso, al analizar un film como Un plan brillante, lo primero que hay que agradecerle a su director, Michael Radford, es que sea fiel a la esencia de su película.
El argumento nos traslada a través de un inmenso flashback a la opulenta Londres de los años sesenta, dentro de la sede de la mayor productora de diamantes del mundo. Cuando la madura Laura Quinn descubra que la empresa en la que trabaja no solo no planea recompensarla con el ascenso que merece desde hace años, sino que además va a utilizarla como cabeza de turco para expiar un acuerdo fallido con los distribuidores, decide vengarse. Sorprendentemente, el método a utilizar proviene del Señor Hobbs, un operario que se encarga de la limpieza del depósito y que, como no podía ser de otro modo, sabe mucho más de lo que aparenta. Partiendo de esta premisa, el desarrollo de la película es clásico a más no poder. En consecuencia, asistiremos a una breve planificación del robo perfecto, aderezado con un climax previo a la gran escena, en este caso la obtención de la contraseña necesaria para abrir la cámara acorazada donde se guardan los diamantes. Aquí lo más novedoso es lo que ocurre una vez se ha llevado a cabo el plan con éxito. Los golpes de efecto, más que darse en el propio atraco, no los va soltando el director a cuentagotas cuando se descubren las verdaderas intenciones del limpiador y el método empleado. En ese sentido, la sorpresa de la verdadera motivación es tan inesperada como tramposa. En cualquier caso, los giros argumentales funcionan.
En clave de homenaje a las películas de atracos de los años sesenta, el film es un thriller bastante pausado en su parte inicial pero francamente trepidante en las escenas decisivas, es decir, las del robo propiamente dichas. Aunque el conjunto sea tremendamente predecible y juegue un poco con la paciencia del espectador, lo cierto es que es exactamente lo que esperamos encontrar. La ambientación le sirve al director para volver a los orígenes de aquellas películas, donde todo era más sencillo y no hacían falta complicadas combinaciones digitales o trucos informáticos a la hora de hacerse con un buen botín. Lo que es indudable es que Un plan brillante es una película con clase y bien construida. Aunque el guión de Edward Anderson tenga unos cuantos agujeros, de esos que salen a relucir en su parte final, son más o menos soportables. Además, es lo suficientemente interesante como para complementar el tema del atraco con otras temáticas como la de la explotación del negocio del diamante, los tejemanejes de las aseguradoras e incluso la discriminación de la mujer en el mundo laboral. El cierre de la película, ya en la época actual, enlaza perfectamente con esta última temática.
Michael Caine está correcto en su papel. Deja más que claro que es un interprete de una calidad indudable, pero lo cierto es que tampoco su labor en el film pasará a la historia, aunque, eso si, engrose notablemente su cuenta corriente personal. De todos modos, al personaje del Señor Hobbs le sienta de maravilla esa sonrisa cínica tan propia del inglés. Demi Moore no se acerca ni en sueños a las dotes interpretativas de su compañero de reparto, pero lo cierto es que de ella no se puede decir que su interpretación responda sobre todo a un golpe de talonario. Hacía mucho tiempo que no se le recordaba en un papel tan logrado. No es que sea una actuación de premio, pero si que destaca por encima de otros trabajos que ha realizado. Además, resulta impagable verla en pantalla luciendo todo tipo de modelitos. Lo cierto es que Moore resulta creíble en su papel de mujer madura a la que se le ha pasado el arroz mientras espera un ascenso que no llega. El resto de secundarios lo componen actores de cierto renombre, como Joss Ackland, que saben trasmitir cierta presencia en pantalla, aunque el personaje más complejo y trabajado de todos ellos es sin duda el de Lambert Wilson. El actor francés lo inunda todo con su carisma y la verdad es que se hecha en falta que no intervenga un poco más en la historia.
La dirección artística de la película se merece un gran aplauso. Desde ese póster promocional que homenajea acertadamente a Desayuno con diamantes, hasta la excelente recreación de mundo ejecutivo, pasando por los trajes que lucen los protagonistas y esas localizaciones antiguas e impolutamente blancas de la compañía, la estética de la película está tremendamente cuidada. Ese ambiente clásico nos hace retroceder en el tiempo de manera creíble, pero no solo está patente a nivel de producción. También la fotografía y la música nos ayudan a que ese retorno al pasado sea más fácil. Puede parecer sencillo ahondar en unas estructuras estéticas en las que ya está todo dicho, pero recuperar el espíritu de unas producciones de hace más de cuarenta años de manera tan fiel no es en absoluto tarea fácil. Escenas como la del atraco, con ese guardia de seguridad distraído con la comida mientras la cámara de seguridad muestra al atracador in fraganti, nos remiten a otras tantas escenas cumbres del género.
Cada vez se ven menos películas en cartelera como esta que ahora nos ocupa. Se trata de un regreso a un estilo hoy olvidado en cuanto al modo en que se desarrolla -no así su temática- y que no renuncia a centrar su mirada en otros aspectos circunstanciales también interesantes. La garantía de dos interpretes tan populares como Caine y Moore enriquecen aún más la propuesta. Un plan brillante es una película con la que pasar un buen rato en el cine sin renunciar a ver una buena película. Ni más ni menos. Radford consigue con su particular plan perfecto un producto de entretenimiento inteligente. Su película es, indudablemente, cine de calidad.