Me encantan las caídas a los infiernos, y esta película al parece lo es y encima bien llevada, no como un drama sin más que se mete en un entorno y lo dibuja un poco dejando hablar a unos personajes resabiados, sino de una manera entera, con un personaje fuera de lo común, acabado y roto y una compañía tan tierna como puede ser una olvidada del mundo. Los rostros para más inri lo ideal, Mickey Rourke y Marisa Tomei, dos grandes cada uno en su faceta.
Desde los tiempos de 9 semanas y media, más cerca en el tiempo Sin city, por parte del desgastado actor un poco chiflado por la vida camorrera que ha llevado, pasando por las peripecias de comedia y pinitos con el drama de la chica más guapa y menos utilizada para ello de Hollywood (Factotum), han pasado muchos años, y esto creo que se va a notar en unos buenos papeles, que profundizan y dan detalles, para dos buenos actores que ya se las saben todas, uno por sabérselas y la otra por experiencia en escena.
Al mando de todo esto tenemos al tal Aranofski, ese apellido que a muchos suena y que va a dar que hablar muchísimo, porque no se para en historias sorprendentes o extrañas, no, se involucra en llegar a algo más, a mandar un mensaje pero de esos desde los fondos bajos del ser humano, donde uno no se puede defender. La fuente de la vida, su anterior trabajo, es verdad que era más un experimento y que no fue por todos entendido bien, o al menos aceptado, pero este fiel metraje nuevo parece mostrarse mucho más cercano al espectador que busca tiempo exacto en pantalla de lágrimas y dureza, que también la debe de tener y bien.
No apta para pasar el rato o desvincularse del mundo, sino para que deje huella, como testimonio de a lo que podemos llegar, absolutamente todos.