Isaki Lacuesta es un director
inquieto. En poco tiempo se ha labrado una filmografía de lo más
variopinta, siempre buscando algo nuevo. Así ha llegado a esta
película, inusual en todos los sentidos. Ha indagado en cuestiones
estéticas dispares. Lo mismo se centra en el proceso de creación
del pintor Miquel Barceló, que se centra en una mirada africana,
como también le da por mostrar baile. Busca una película muy
sensorial, muy centrada en el tacto concretamente, el taco de las
cosas, de la arena, de la piel. Es una película que se puede tocar.
Por otro lado, juega con diferentes géneros, pasa por el western
(con esa estupenda banda sonora), la comedia, la estética
documental, tanto en contenido como en forma.
Ahora debo ser sincero: sobre lo que
quería transmitirnos el director, si es que lo quería, no tengo la
más remota idea. Puedo hablar de forma general sobre la búsqueda,
como valor en sí mismo (el objetivo es muy posible que ni exista, y
en la película aparece vacío). El valor de la incógnita, de lo
desconocido, ese secreto del que se habla en la adivinanza. Ese arte
que quizá está mejor escondido bajo la arena del desierto.
En cualquier caso, la mayor incógnita
la encuentro en la motivación de las decisiones del director, algo
que tampoco después, escuchando sus palabras, he resuelto
mínimamente. Me resulta algo estúpido valorar este trabajo con un
número de estrellas (si es que no es siempre algo inútil), por eso he elegido una nota neutra.
Simplemente creo que nos encontramos ante una obra que puede
transmitir una serie de sensaciones, o no hacerlo, pero que no parece
interesada en convencer a nadie.